«Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos. es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo».
Franz Grillparzer
De niña compartía cuarto con mi hermano menor. La habitación tenía muchas ventanas que nuestra mamá cubría por las noches con unas cortinas gruesas, de esas con doble forro, para que no pasara el frío de la madrugada ni la luz del alumbrado público o de la luna. La habitación quedaba totalmente a oscuras. Para muchos esto sería una condición placentera para el sueño, pero para mí no, sino más bien un tormento angustioso que se solucionaba encendiendo una pequeña lamparita de pared conectada al tomacorriente.
La semana pasada escuché a un joven decirle «hueco» a otro chico. Cuando lo cuestioné, su respuesta fue la siguiente: «disculpe, pero soy homofóbico y no los tolero». Después del incidente me quedé pensando seriamente en qué consistía «ser homofóbico». Yo le tengo un miedo irracional a algunas cosas y podrían catalogarse como fobias, pero tengo la conciencia de que no es algo de lo que me enorgullezca sino todo lo contrario. Sé incluso de tratamientos que ya me han ayudado a vencer el miedo a la oscuridad, por ejemplo.
La homofobia es vista como una enfermedad, como un daño en el frágil equilibrio psicológico y emocional de muchas personas que al crecer dentro de un sistema cargado de prejuicios se llenaron de miedos hacia sí mismos, hacia la exploración libre de la sexualidad. Las privó de autonomía y creó seres que, sintiéndose inseguros constantemente, ven en quienes deciden expresar su identidad de género de forma libre y emancipada una afronta a su sistema de valores, a un aprendizaje primario recibido usualmente en hogares religiosos, conservadores y autoritarios.
Un buen amigo me comentaba cómo la homofobia, a diferencia del miedo a la oscuridad, se asemeja más a la aracnofobia, pues ésta se trata del miedo y/u odio que puede tenerle alguien a las arañas. El panorama se amplió en mi mente, pues si bien genera resquemor y molestia para quien la padece, además produce terribles consecuencias para quienes se convierten en víctimas. Comúnmente quien padece de fobias no se acerca, sino más bien busca evitar a toda costa lo que le produce el miedo sin razón, llegando incluso a atacar al elemento de su rechazo.
La situación dramática en el caso del joven que les mencioné más arriba es que ese elemento de rechazo no es un animal, ni tampoco una situación u objeto, sino otro ser humano a quien se le pretende negar y lastimar, despojar de su derecho a ser otro. Últimamente he escuchado a un buen número de personas, quienes autodenominándose homofóbicos, pareciera que se eximen de cualquier acto cruel y desvalorizante que puedan cometer en contra de personas homosexuales. Utilizan estas agresiones como una excusa que solapa la falta de cuestionamiento sobre lo establecido como verdad absoluta, como una cortina que los absuelve de la violencia que ejercen contra otros seres humanos. Ser «homofóbico» se convierte en un estado que esconde y justifica la ignominia y la infamia de discriminar a otro ser humano.
Ahora ya no le tengo miedo a la oscuridad, pero sigo sin comprender cómo se puede odiar a otro ser humano por amar de una forma distinta a la de uno. Crecí en una casa que nos permitió tomar muchas decisiones de forma autónoma y lo agradezco infinitamente, talvez esto se relacione.
Espero que como sociedad logremos cuestionarnos de forma profunda lo que consideramos como valores morales estandarizados. Solo cuestionando y reconociendo que se nos ha impuesto vivir bajo una sistema heteronormativo —al que lo único que le importa es el control sobre los cuerpos para garantizar la reproducción de mano de obra sumisa— podremos generar cambios reales. Podríamos empezar por dejar de ser unos pendejos que no respetamos la libertad de amar de cada ser humano y lo justificamos llamándolo fobia.
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