«Yo estaría completamente satisfecho si mis novelas, especialmente las que situé en el pasado, hubieran servido para enseñar a mis lectores que su historia, a pesar de todas sus imperfecciones, no fue la larga noche de salvajismo de la que los europeos, actuando en nombre de Dios, vinieron a liberarnos.»
Chinua Achebe, The Novelist as Teacher
Chinua Achebe (Nigeria, 1930-EE.UU., 2013) continúa, de algún modo, desconocido por el gran público centroamericano. Su mirada sobre África es, sin embargo, la más importante de los últimos cincuenta años. Achebe es el equivalente literario de Mandela. A excepción quizá de W. Soyinka, todos los contemporáneos de Achebe son afrikáners y su visión de África está alejada de la tierra, del honor, de los ancestros. Para Gordimer o Coetzee la problemática será el Apartheid y lo ancestral será llamado folclor; para Achebe será la tradición de los antepasados. La búsqueda de una definición de africano/africana es la base fundamental de la literatura de Achebe.
Achebe fue uno de los primeros en denunciar la mascarada que Occidente organizó para África. Películas como La reina de África (1951), Mogambo (1953), exposición de pigmeos en zoológicos, como Ota Benga, y especialmente Heart of Darkness de Joseph Conrad, ―del que Achebe escribe: «[El corazón de las tinieblas] exhibe de la manera más vulgar prejuicios e insultos que han sufrir a una gran parte de la humanidad agonías y atrocidades incontables en el pasado y continúan haciéndolo en muchos lugares y de muchas formas hoy día; […] una historia en la que se pone en cuestión la humanidad misma de los negros.»―, hicieron que Occidente pensara en África como el lugar indómito, habitado por salvajes, caníbales, adoradores de espíritus y creadores del vudú.
Things Fall Apart, traducida como Todo se desmorona, fue publicada en 1958 y significó la iniciación de la literatura africana. Nigeria estaba cerca de independizarse del Reino Unido y la novela sirvió como estandarte para los nuevos ciudadanos. Su importancia no es política ni racial; Achebe y su obra son importantes porque indagan en el pasado de su pueblo. No hay folclorismos ni color local; no hay descripciones introductorias: la historia de los igbo es una historia universal y no necesita ser descifrada.
La novela aborda los últimos días de la soberanía igbo antes de la llegada de los ingleses. Okonkwo, el protagonista, es un héroe vencido como nuestros mártires indígenas. No es el típico personaje africano con una lanza en la mano y una máscara de guerra; es un hombre completo, complejo, espiritual, con motivaciones psicológicas y psíquicas, enemigo del cambio y fuerte, un gran peleador. Su drama personal, como bien dice Marta Sofía López, es el drama de África.
Aun con su carácter específico, no es una novela local. A pesar de que las ediciones incluyen glosarios y explican ciertos contextos, en ningún momento se pierde la universalidad de la historia. Quizá los centroamericanos, mejor que nadie, entendemos que somos más que el color gris de la europeización.
Todo se desmorona anuncia el comienzo del fin; del final de la era dorada en África, donde los hombres veían el cielo y descifraban las lluvias, donde se reunían en días de mercado y negociaban, donde los hombres fumaban rapé y dormían en paz, donde enterraban a sus muertos en el bosque de los espíritus y celebraban torneos de pelea.
Ya con todo esto muerto y con la nueva «luz» europea clareando en el horizonte, el nuevo comisario de distrito se esmera en terminar su obra maestra: «La pacificación de las tribus primitivas del bajo Níger». Todo se ha desmoronado ya, y Achebe empieza a escribir Me alegraría de otra muerte, segunda novela de la trilogía.
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