El «método» Bukele contra las maras en El Salvador: ¿es realmente sostenible a largo plazo?


No creo estar lejos de la verdad si afirmo que los problemas estructurales de El Salvador empezaron en 1880, cuando el Estado abolió legalmente los ejidos y tierras comunales, dejando a los pobladores originarios y a los pequeños agricultores sin tierra —para dársela a los grandes latifundistas que se iniciaban en el millonario negocio de la exportación del café— y convirtiéndolos en mano de obra barata. Esto explica en gran medida el levantamiento campesino de 1932 contra el general Maximiliano Hernández Martínez (hoy muy célebre, además, por aparecer como el perfecto ejemplo de despotismo al inicio del discurso de recepción del Nobel de Literatura de Gabriel García Márquez: La soledad de América Latina). Este levantamiento terminó en un exterminio casi total de las comunidades nahuas de El Salvador.

Farabundo Martí, líder socialista y antiimperialista salvadoreño, se convirtió en una figura importante cuando, por la crisis económica de 1929 —el mismo crack del ‘29, llamado por los estadounidenses— hubo un incremento exponencial de la miseria a causa de la baja en los precios del café. Su legado fue tomado por la izquierda salvadoreña que luchó contra la estructura socioeconómica totalmente desigual de El Salvador y contra las sucesivas dictaduras militares que protegieron a las élites económicas.

Esta estructura de clase y desigualdad socioeconómica casi logró ser cambiada por el poderoso movimiento guerrillero surgido de, entre otras fuentes, las comunidades eclesiales de base en la década de 1970. Esta guerrilla tenía el apoyo de casi todo el país menos de los poderosos y del Ejército. En 1989, el Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) estuvo a punto de tomar la capital San Salvador, pero el Ejército estadounidense lo impidió, amenazando con bombardear a la población civil si el FMLN avanzaba (los gringos sabían que el FMNL sería bien recibido). La guerrilla tuvo que retirarse para evitar una masacre de civiles y así se perdió la oportunidad de cambiar la injustísima estructura socioeconómica salvadoreña.

Desde entonces miles sino millones de salvadoreños sin empleo han salido del país hacia Estados Unidos y a partir de aquí se incrementó el fenómeno de las maras. Y aquí vale la pena aclarar algo: no exactamente porque los salvadoreños se vieran influenciados por las pandillas o gangs de los barrios y suburbios estadounidenses, sobre todo del área del sur de California; sino porque este fenómeno de las pandillas calzaba perfectamente con la forma que podía tomar una organización de excluidos: excluidos del trabajo, de la educación, de la sociedad.

A menudo, los devueltos por Estados Unidos a El Salvador, ¿cómo podían expresar sus sentimientos hacia una sociedad que nunca les abrió las puertas del estudio, del trabajo y de una vida digna? Solamente formando grupos para autoprotegerse, subsistir y devolver el odio hacia esa misma sociedad que no les permitió integrarse y que tan violentamente los había excluido. O sea, sembrando el terror.

Fue entonces como las maras salvadoreñas, producto de una sociedad oligárquica e inhumana que nunca les dio chance a los jóvenes que las conformaban, empezaron a sembrar el terror por todo el territorio. Barrios, calles, comercios y buses se vieron afectados por este fenómeno social.

Hasta que vino Nayib Bukele y en lugar de cambiar la situación que provocó el surgimiento de las maras —porque eso la clase dominante nunca lo permitiría— empezó a hacer redadas contra los mareros y a encerrarlos en cárceles inhumanas. «Pero tan inhumanas como ellos, los mareros», pensará la gente.

Ni siquiera los mayores detractores de Bukele pueden negar que los salvadoreños ahora, después de muchos años o incluso décadas de vivir bajo la sombra del terror, por fin pueden caminar por las calles y los barrios en paz. Sin embargo, uno tampoco puede dejar de preguntarse cuánto durará esa paz si no se resuelve de raíz el verdadero problema de las maras. ¿Tenerlas encerrados para siempre es la verdadera solución? Para mí, no.

No creo equivocarme al decir que cuando no se resuelven las causas de un problema, sino solamente sus efectos, la solución no será muy duradera. Por lo tanto, nadie puede asegurar a ciencia cierta cuánto durará la paz del muchos ya llaman «El método Bukele»; pero lo que sí podemos comprender es por qué razón Nayib Bukele en estos momentos es inmensamente popular en El Salvador y ganó las elecciones con el 81 por ciento de los votos totales.

[Foto de portada: Secretaría de Prensa de la Presidencia de El Salvador]

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