En el diario costarricense La Nación del recién pasado 6 de enero leímos que el exfiscal anticorrupción de Guatemala, Juan Francisco Sandoval, fue acogido como héroe por Estados Unidos; y ante esta noticia —anunciada con bombos y platillos por los estadounidenses— no caería mal echar un vistazo a la historia para recordar que fue precisamente Estados Unidos el que torció a fondo y para mal el rumbo de Guatemala a mediados del siglo pasado.
A finales de 1950 Jacobo Árbenz fue elegido presidente de Guatemala con un 65 por ciento de los votos. Tuvo el respaldo de los tres partidos políticos y de la mayoría del movimiento obrero que apoyaban su revolución. En su discurso inaugural afirmó que, con la colaboración de todos los sectores democráticos del país, su gobierno buscaría alcanzar tres objetivos: convertir a Guatemala en un país económicamente independiente, transformar la economía para convertir al país en una nación capitalista moderna —lo cual implicaba industrialización y una reforma agraria— y elevar el nivel de vida de la gran mayoría de guatemaltecos.
Hay que tomar en cuenta que una reforma agraria es crucial para lograr el desarrollo de un país porque al repartir la tierra de manera equitativa para que pueda ser trabajada por la mayoría de las personas, la producción de alimentos crece exponencialmente. La reforma agraria hubiera cambiado radicalmente la vida de Guatemala para bien, sin embargo, esto no se logró porque a la vez significaba cambiar las reglas del juego para las tres grandes compañías estadounidenses establecidas por aquel entonces en Guatemala y que se unieron a los terratenientes guatemaltecos para frenar de golpe las intenciones de Árbenz.
La Ley de Reforma Agraria fue aprobada en junio de 1952. Esta ley, además de abolir todas las formas de esclavitud y servidumbre, expropiaba hectáreas de tierra que no estuvieran cultivadas por su propietario, o que hubieran sido arrendadas o explotadas para prestaciones personales o cubrir salarios deficientes. Todas las tierras en estas condiciones serían entregadas como propiedad privada a los trabajadores agrícolas, mozos colonos o campesinos sin tierra, o con tierra insuficiente para trabajar.
En 1953 inició el reparto de tierras a familias campesinas y para mediados de 1954 por lo menos unas cien mil familias habían sido beneficiadas. Fue de esta forma como a la United Fruit Company, cuyas propiedades superaban las doscientas mil hectáreas, le fueron expropiadas 157 mil que no estaban siendo aprovechadas. Esto provocó la protesta del Departamento de Estado de la nación norteamericana, el cual exigió al gobierno de Guatemala una indemnización de $16 millones de dólares de entonces (el equivalente a unos $183 millones de dólares actuales).
Los dos años siguientes a la Ley de Reforma Agraria de fueron cruciales para el gobierno de Árbenz, pues mientras se aplicaba la Ley, con la ayuda de Estados Unidos crecía la campaña internacional contra Guatemala y la conspiración interna contra el gobierno. En 1953 el gobierno guatemalteco confiscó el capital de la compañía estadounidense International Railways of Central America por no pagar impuestos, lo que agregó más tensión al conflicto. En ese mismo año se formó el Frente Democrático Nacional para hacer frente a la presión internacional y a la tensión interna en contra de Árbenz (no hay que olvidar que para entonces ya estaba cocinándose la Guerra Fría).
A finales de 1953 el gobierno de Estados Unidos tomó la decisión de intervenir políticamente en Guatemala usando como pretexto, de por sí exagerado, la influencia de los comunistas en el gobierno de Árbenz y la inminente penetración de la Unión Soviética en Centroamérica. El 17 de junio de 1954 el coronel Carlos Castillo Armas invadió Guatemala con apenas doscientos milicianos armados y entrenados por la CIA en Honduras. Aviones presuntamente estadounidenses y sin ningún tipo de identificación bombardearon el territorio nacional. Ante este hecho el Ejército guatemalteco se negó a combatir, la confusión se adueñó de los sectores que apoyaban al gobierno hasta que este se derrumbó con la caída y expulsión de Árbenz del país.
Las tierras repartidas en la reforma agraria fueron devueltas a los terratenientes. Las organizaciones de trabajadores fueron disueltas. Miles de guatemaltecos fueron encarcelados, hubo una gran cantidad de muertos y otros tantos se exiliaron.
El vía crucis guatemalteco apenas había comenzado. Por eso ahora me resulta no menos que curioso que, el país extranjero que reitera su apoyo a la democracia y a una «transición pacífica de poder» entre el gobierno saliente de Alejandro Giammattei y el entrante de Bernardo Arévalo, sea el mismo que alguna vez orquestó uno de los golpes de Estado más sonados y recordados en la historia centroamericana.
[Foto de portada: fragmento del mural Gloriosa victoria (1954), de Diego Rivera]
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