Truman Capote, o el genio maldito


Rubí_ Perfil Casi literalÉrase una vez, en una biblioteca pública de una ciudad sin importancia, un hombre que habló ante un grupo de personas acerca de la vida del escritor estadounidense Truman Capote. Y digo «la vida» porque aquel performance no superó el bombardeo de datos biográficos escandalosos. El desértico público que asistió al evento ―hoy engavetado en la memoria de pocos― sabía tres cosas respecto al autor: que era alcohólico, que era drogadicto y que era homosexual.

Esta triangulación de sentencias ofrecida por cualquier revista farandulera de la década de 1950 o 1960 dio a aquel hombre ―cuya egoteca superaba en tamaño al edificio donde fue convocado como luminaria― los elementos suficientes para embriagarse de información barata y regurgitar a Truman desde sus vicios y pasiones ante aquellos indispuestos a cuestionar al oráculo literario.

Pero al oscuro preludio de epitafio «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual»  escrito por el autor en el cuento «Vueltas nocturnas» de su última entrega incompleta Música para camaleones (y mascullado hasta la saciedad entre los convocados), le hizo falta la última parte: «Soy un genio». Y es que para hablar de genialidad se requiere más seriedad que vanidad. Y no, no me refiero a dibujar inoportunas líneas de tiempo para demostrar que sé de lo que hablo o a citar críticos confiables para que mi opinión luzca modesta pero pretenciosa.

Sé que es imposible hablar de Capote sin desviar la atención de donde esta merece estar, es decir, en su obra. Lo sé porque Truman, en su tiempo, era demasiado para asimilar en una sociedad estadounidense provinciana de ciudad y eterna vigilante de su alta (pero ficticia) escala de valores morales. Por ello la noticia amarilla no se hizo esperar y sigue llegando a nosotros en formato de películas y notas que refríen sin cesar a su personaje pero no a su persona; al artista que fue. Sí, los abandonos consecutivos lo marcaron a él y a su obra. Sí, usó su homosexualidad para acusar a quien creyó merecerlo. Sí, era desinhibido. Sí, el alcohol acabó con él. Pero ¿y el genio?

Capote, un ojo sagaz para el calco de lo no dicho, lo ausente; testigo del cómo lo ajeno y lo propio se mezclan en los trigales del Sur de un Estados Unidos que los lectores de abajo desconocemos. Con cuentos como «Jardines ocultos», «Hospitalidad» o «Mojave» es posible convencerse de que existe otro Estados Unidos con el que no podemos pelearnos y que no gira en torno a Nueva York; uno que sí duerme, que arrulla costumbres hospitalarias y escucha los grillos; que está contradictoriamente orgulloso de su New Orleans afrancesado.

Truman, el personaje que va de paso. El visitante, el solitario escritor forastero que recoge las huellas de su pasado en un presente donde no sabe quedarse, solo irse. Así se nos da en Desayuno en Tiffany’s y en cuentos como «Hola, extraño» y «Míster Jones». En ellos saluda a los migrantes del civismo, de la fórmula familiar exitosa pero extinta; de las buenas costumbres. Capote, que en la vibrante A sangre fría inyectó periodismo en la narrativa con el subconjunto literario de la non-fiction novel, dejándonos saber que la barbarie siempre estuvo a la vuelta de la esquina donde se cree una vez vivió la civilización.

No es fácil hablar del genio de Truman Capote sin caer en el error de mirarle desde una mórbida comodidad desechable porque los reflectores no le dejaron ver su propio precipicio. Quizá por eso aún crea más controversia que contemplación, pero el error es nuestro. El error es buscarlo en juicios intrusos.

Cuenta la historia que en el evento de la biblioteca, el público se distrajo por una botella de aguardiente colocada junto al representante literario de Capote, quien habló sin parar de las partidas que el alcohol ganó en la vida del autor. Al terminar la farsa, la botella dejó de importar.

Nadie brindó por Capote entonces. Nadie lo hará el próximo viernes 24 de agosto cuando se cumplan 34 años de su muerte. O por lo menos nadie lo hará en aquella biblioteca de esa ciudad sin importancia.

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2 Respuestas a "Truman Capote, o el genio maldito"

  1. Mario dice:

    Muy interesante Rubí.

  2. Gracias Rubí, por darle importancia a lo que importa de una persona: sus obras. Los artistas no somos más que eso: personas que «hacen cosas» para los demás.

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