Una de las teorías de Aristóteles sobre el ser humano enuncia que éste dispone de una potencia siempre latente que puede dar como resultado un acto, una acción. Esto me pone a reflexionar en los tiempos que vive el país, pues el largo letargo de gran parte de la ciudadanía que se encontraba hace apenas unos meses despolitizada, se ha convertido, en buena medida, en una acción post-potencia, como la que menciona la visión aristotélica.
Y fue la recién histórica jornada del sábado 4 de julio la que nos demostró que lejos de decaer, la indignación ciudadana está hoy más encendida que nunca. El pasado fin de semana la gente volvió a las calles. Durante la tarde, la Plaza Central fue una vez más la sede de una fiesta ciudadana donde se continuaron reinventando las formas de hacer protesta: primero con la batucada y las nuevas consignas que cada vez más salen expulsadas de bocas de miles de guatemaltecos que se identifican con ellas y pierden el miedo de alzar la voz; y luego, cuando el sol se escondía miles encendieron la ciudad en una caminata con antorchas elevadas, belleza de bellezas, donde el más noble de los elementos, aquel fuego adorado por los antiguos griegos cuyos descendientes hoy también pelean por defender su dignidad, rindió tributo a la luz que tanto se necesita en estos tiempos.
Tras esta gran dosis de autoestima lejos quedó la idea de una resaca tras la fiesta ciudadana, pues ahora vienen días fundamentales donde la presión de la ciudadanía es un elemento indispensable. Ya han sido entregadas las demandas elaboradas por la Plataforma Nacional para la Reforma del Estado, convocada por la USAC, que si bien no recogen todas las demandas populares, es en este momento una aliada incidente con la que se hace necesario el debate y la crítica. Los colectivos que se han involucrado comprometidamente y que han tenido un papel fundamental deben continuar con sus consensos y estrategias con objetivos cada vez más maduros para no quitar la vista y la presión al estado, al gobierno y sus cámaras. Los plantones frente al Congreso exigiendo las reformas en las leyes electorales son ya una realidad; deben, también, continuar las asambleas, el diálogo en lo cotidiano (política de calle) así como la exigencia de renuncia al mandatario Pérez Molina y, entre otras cosas, calmar las ansias de la inmediatez sin que esto signifique el cese de la intensidad del movimiento.
La adversidad histórica es una característica latente por estas latitudes, por lo que hay poco que perder y en cambio muchas soluciones estructurales que ganar. No caigamos en el juego de las políticas segregacionistas, que son el juego sistemático idóneo para estos tiempos de tibieza posmoderna. Concienticémonos, que los grandes problemas sociales, económicos y culturales que nos aquejan tienen en común que responden a la política, y por eso mismo, actuar en unión es la única forma de atacarlos. Lo decimos con firmeza: esto apenas empieza.
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