La intolerancia y los discursos de odio (buzos, pues)


Sergio Castañeda_ Perfil Casi literalPor SERGIO CASTAÑEDA |

Antes de los dardos que me dispongo a lanzar quiero decir que de purista o santo poco o nada tengo. Me gusta pensar que buena parte lo mío ha sido la exploración de diversos terrenos. Siempre he tenido una intensa curiosidad por abordar distintas posibilidades y conocer los bordes de la realidad. En cuestión de juerga, permítanme ser un bocazas: suelo no hacerle caras a ese tipo de ritos y he de decir que varias veces me he encontrado tanto así en fiestas y bares burgueses como en cantinas de barrios marginales y también «de tropa». «He hecho el bien y he hecho el daño», dice Fito Páez. No soy pacifista pero dudo que el camino sea la violencia. Me apasiono hablando de ciertos temas. Me fascinan los tatuajes en su espalda y recuperar por momentos el espacio público —hoy tan negado— con un trago en la mano. De mi parte hay una tendencia hacía el humor negro y absurdo.

Considero que la correctividad política tiene que ser repensada; y no porque la considere innecesaria en un sistema como el imperante sino porque he logrado vislumbrar, en reiteradas ocasiones, que en nombre de ella muchos enmascaran su hipocresía por el simple hecho del placer que les da señalar al otro y situarse en un pedestal moral, y también porque, instrumentalizando el pluralismo que va de la mano de esta misma condición de «correctos», hay quienes buscan sacar ventajas en diversas áreas a como dé lugar.

Ahora bien, aunque en ocasiones añoro, desde un pesimismo radical, que el caos aumente en esta sociedad para buscar otras alternativas de organización, hay tonos y discursos que he decidido no tolerar más, y que si bien pareciera que únicamente se circunscriben al tema semántico, su repercusión va mucho más allá. Y sí, algo al respecto se puede hacer, al menos en nuestro entorno. Por ello es importante lograr darle vuelta a la joda gandaya de quienes emiten dichos discursos y evidenciar que ese “humor” no solo es mediocre y falto de ingenio, sino que esconde reaccionarismo y un conservadurismo de vastas dimensiones. Necesario resulta que ante el repertorio tremendamente aburrido de bromas racistas, clasistas, machistas y/u homofóbicas que son lanzadas en nuestro entorno. Debo responder invitando al cuestionamiento y demostrando que, en la mayoría de los casos, esa joda ha sido prácticamente impuesta en sus subjetividades para que sea repetida. Lejos de parecer cool o chingón quien la realiza, se asemeja más bien a las mentalidades ortodoxas que imperaban en el medioevo.

Claro, están siempre los «genios» tratando de justificar lo injustificable y que habitualmente se encuentran a la defensiva al abordar estos temas, pues guardan verdadero y profundo rencor hacia los grupos históricamente excluidos. Salen con eso de que uno también en antaño enunció frases de ese tipo y en eso sí le han atinado a algo (¡estrellita en la frente!), pero es entonces es cuando resulta lamentable el hecho de que no comprendan que lo que uno busca es trascenderse continuamente y erradicar el odio impuesto y arraigado, tanto individual como socialmente. Así que, lejos de decaer ante el discurso de odio, deberíamos activarnos contra quienes lo profesan con respuestas argumentadas y/o en joda con el ímpetu que mantuvo un Julio Cesar Chávez conquistando una marca de 89-0. Claro, una sociedad como esta y sus profundos problemas históricos no cambiará simplemente con un tono distinto en el discurso, pero también es cierto que resulta menester librar estas batallas así como el derecho de ser intolerante ante los intolerantes. Y es que lejos de imponer una moral buscamos expresar lo irritante que resultan ciertas actitudes, para que así no sorprenda tanto que algunos, ante ese ingenio y «humor» mediocre y limitado, solemos bostezar y buscar otras sendas donde, para molestia de ellos, se encuentran habitualmente la diversidad de placeres y posibilidades que por más que busquen no se pueden encontrar en espacios herméticos.

No está de más lamentar —ya que andamos en estas— que el chapín promedio pasa sus días entre la imprudencia al volante, el colarse en la fila del bus, el tocarle el culo a una desconocida (sin que ella lo desee, claro está), la excesiva impuntualidad, el chiste homofóbico, la repasada a última hora, el «sacar moco» o hacer el «gabetazo», la carencia de disciplina, el siempre querer joder al otro, chingarlo, pisarlo, penetrarlo; actitudes que parecieran conformar esa guatemaltequidad donde se transcurre entre manías y degradaciones que no solo son vistas como válidas sino también vitoreadas por la multitud. El chapín deambula entre la sociopatía, la violencia y la mercantilización, conformando así sus relaciones humanas. Es poseedor de un carácter psicosocial que se concibe como inmutable y que por ende no se cuestiona, ni mucho menos se busca regularlo y sobrepasarlo. Pero como dicen, «el chapín es buzo». Poner las barbas en remojo y realizar reflexiones honestas ante esta mediocridad no caería nada mal. Buzos, pues.

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