El mito de Gerardo Barrios


Rodrigo Vidaurre_ perfil Casi literal«La historia me absolverá» es el famoso alegato que Fidel Castro pronunció antes de ser encarcelado. Si en su caso la historia verdaderamente lo absolvió o lo absolverá algún día, es una pregunta abierta. Hay, sin embargo, otros personajes latinoamericanos a quienes la historia —o cuando menos, la historiografía dominante— sí les ha sabido sonreír.

Tal es el caso de Gerardo Barrios, militar y político salvadoreño del siglo XIX. Prócer, héroe, ilustre paladín (según su página de Wikipedia); su estatua ecuestre yace inmortalizada en la principal plaza del país sobre un grabado que reza «Sitio de San Salvador». Un poco al occidente encontramos la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios, y muy al oriente, la hoy famosa Ciudad Barrios de San Miguel.

El mito comienza en las escuelas. El capitán general (título irónicamente novohispano) fue, entre otras cosas, discípulo del otro gran héroe nacional: Francisco Morazán. Fue, simultáneamente y sin contradicción aparente, el principal arquitecto del Estado salvadoreño y un incansable luchador por la reunificación de Centroamérica. Su legado se resume en tres enormes éxitos: el impulso a la educación mediante la creación de escuelas normales, su asistencia en la campaña contra William Walker y el desarrollo económico cafetalero. Y como la historia del héroe no puede estar completa sin su villano, ese papel lo desempeñan Rafael Carrera y Francisco Dueñas, supuestos lacayos del conservadurismo clerical.

Barrios está tan enquistado en el paupérrimo panteón nacional que, incluso, resistió el implacable revisionismo izquierdista de mediados del siglo XX. El principal iconoclasta de esa generación, Roque Dalton, despotricó sobre los próceres José Simeón Cañas y Manuel José Arce en las Historias prohibidas del Pulgarcito, pero a Gerardo Barrios, en cambio, el gran satirista lo incluyó en sus Ultraizquierdistas:

Gerardo Barrios

por poco en entra en la colada

si no es que se le ocurre agarrar viaje al frente de las tropas

para ir a Nicaragua

a echar plomo contra los filibusteros gringos de Walker.

Por eso resulta interesante y hasta refrescante leer libros como Gerardo Barrios: entre el mito y la historia, de Carlos Gregorio López Bernal. El autor cuestiona duramente la historiografía liberal clásica: esa de apóstoles barristas como David J. Guzmán y Lorenzo Montúfar, y que no tiene más que elogios para el caudillo. Leyendo entre líneas, persiguiendo las escasas impresiones de detractores como Arturo Ambrogi o cuando menos de observadores imparciales como Alexander von Humbolt, López Bernal busca, tras más de 150 años, separar finalmente al hombre del mito.

Vale decir que el hombre al que encuentra no es ningún héroe. Se nos revela a un ególatra obsesionado con el poder que jamás dudó en usarlo ni para enriquecerse ni para castigar a sus enemigos políticos. A diferencia del Barrios de bronce, el Barrios de carne y hueso no parece haber sido un genio militar y ni un estadista brillante, pues la evidencia de sus supuestos logros no resiste el escrutinio del historiador.

Sin caer en el otro extremo de pintar a Gerardo Barrios como la bestia negra de la historia salvadoreña y levantar estatuas a Francisco Dueñas y Rafael Carrera, vale la pena matizar su imagen para aprender de nuestra historia. Libros como el de López Bernal nos dejan muchas enseñanzas: que nada (ni nadie) es blanco o negro, que aún existimos en la sombra del poder liberal decimonónico, que si ya sobrevivimos a un dictador megalómano podemos sobrevivir a otros y, sobre todo: que la historia la escriben los ganadores.

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