Técnica y tecnología


Rodrigo Vidaurre_ Casi literalSe supone que la tecnología es el conjunto de conocimientos propios de una técnica. Se supone, también, que las generaciones post-millennial —los llamados «nativos digitales»— hablarían fluidamente el lenguaje tecnológico y cumplirían las grandes promesas de la era de la información.

Si este discurso nos suena válido consideremos a un adolescente primermundista en 2021: AirPod en cada oído, compartiendo un TikTok mientras escucha una canción de Lorde en Spotify. Consideremos a su padre o a su abuelo, quien observa, ligeramente intimidado, cómo el adolescente navega intuitivamente la jungla de contenido multimedia que lleva en la palma de su mano. El adolescente, representando aquí a la Generación Z, podrá sentirse cómodo usando los gadgets con los que nació y creció, pero ¿qué tanto entiende la tecnología que utiliza? En otras palabras, ¿qué tanto conoce la técnica?

Como informático estoy consciente de lo injusta que parece esta pregunta. El adolescente no entiende los protocolos de red o el lenguaje binario que utiliza su teléfono por la misma razón que yo no entiendo cómo combaten el cáncer los inhibidores de PARP o por qué vuelan los aviones. La división del trabajo existe porque la eficiencia en cualquier campo demanda especialización.

Pero no hablamos sobre construir un iPhone desde cero. Cada vez hay más evidencia de que las nuevas generaciones no tienen noción de dónde se guardan sus archivos —o siquiera de los tipos de archivos que existen — ni de seguridad informática básica: elegir y guardar contraseñas, prevenir fraude cibernético o detectar software malicioso. La noción de troubleshooting, tan familiar para quienes crecimos con LimeWire y Windows Vista, es ajena para los jóvenes usuarios que ven en su celular una caja mágica infalible.

Recordemos también que la aeronáutica o la oncología, por importantes que sean, no penetran en la textura de nuestra realidad a un nivel tan profundo como la tecnología digital. Vivimos rodeados de smartphones, tablets y computadoras y dependemos de ellos a tal grado que su operación básica no debería ser un misterio para nadie. El analfabetismo tecnológico que vivimos es equivalente a no saber qué aceite usar a altas temperaturas o ignorar cómo se cambia la llanta de un carro, pero mucho más grave.

No llegamos aquí por simple negligencia o incompetencia de «los jóvenes de hoy». El mundo ha cambiado mucho desde las décadas de 1980 y 1990, y gran parte de ese cambio tiene que ver con la concentración de la técnica en las pocas manos que se dedican a vendernos tecnología. Aquellos primeros años de la informática fueron un salvaje oeste digital donde cada usuario era un hacker. El año actual es el año de Apple, que bajo sus consignas de usabilidad e intuitividad no solo ha eliminado las molestias fallas que nos hicieron expertos en resolverlas, sino que ha enterrado la computadora bajo docenas de capas de abstracción que literalmente presumen ser for dummies. No es coincidencia que sus productos limiten lo que un usuario experto puede hacer con ellos; para Apple y sus imitadores poder entender su tecnología se considera mal diseño.

El panorama arriba descrito contrasta con el tecno-optimismo de ciertos evangelistas que promueven el uso de iPads en las escuelas como la siguiente revolución didáctica. Mientras la única directiva de los sistemas de información sea la facilidad de uso; mientras la educación se enfoque en enseñar tecnologías y no técnicas, no solo irán desapareciendo los heroicos piratas informáticos y programadores amateur de open-source, sino que quedaremos a merced de empresas, gobiernos y cibercriminales que no dudarán en explotar la creciente brecha técnica que existe entre ellos y la gente común.

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