Amnesia colectiva: el (absolutamente hermoso) cuerpo de Guy Pearce


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalTengo a Coelho cual tinnitus zumbándome el alma. Veo negro el futuro de mi país, pero mis primes y amigues me alientan: «No pierdas la esperanza». Oh, pequeño alquimista.

¡Ah, la memoria humana! Ese motorcito achacoso que nos hace olvidar lo mal que nos veíamos con bigotes hace veinte años. ¿Quién necesita enemigos cuando ese motorcito te empuja a embarrarte con el mismo pedazo de excremento una y otra vez?

Recuerdo la película Memento (2000) de Christopher Nolan. El protagonista, interpretado por el camaleónico y absolutamente hermoso australiano Guy Pearce, se despierta cada mañana sin saber quién es. Aunque intenta burlar su motorcito escribiendo en tintas azules pistas sobre su vida —sobre todo en su (absolutamente hermoso) cuerpo—, su vida es un constante reinicio. Laura Restrepo lo capturó poderosamente en su novela Delirio, donde la protagonista se sumerge plácida y bella en su mente estrellada para escapar de un mundo violento.

Nosotros, los panameños, no somos muy diferentes. Olvidamos convenientemente los escándalos y corrupciones de nuestros líderes, como si sufriéramos una amnesia colectiva. Así vivimos, navegando nuestra realidad política como si fuera un mal sueño del que preferimos no despertar.

En las elecciones de hace unas semanas elegimos a un presidente que trabajó codo a codo con Ricardo Martinelli, el expresidente que no solo estuvo inhabilitado para postularse, sino también condenado por blanqueo de capitales y sancionado por Estados Unidos por corrupción. Pero ¿quién recuerda ese texto en tintas rojas? Después de electo, Mulino se lanzó un discurso decorado con alusiones a los derechos humanos y la twittearía lloró esperanzada por un mejor futuro para el país.

Pero el entonces ex ministro de seguridad Mulino defendió las acciones policiales en la provincia de Bocas del Toro, que resultaron en muertes y heridos graves, llamando aquello un «acto de defensa legítima» y tuvo que aclarar «no soy un gánster».

Fue durante ese mismo gobierno que en Panamá temíamos hacer llamadas telefónicas porque estábamos convencidos de actos de espionaje por parte del Ejecutivo. Durante la campaña electoral, Mulino visitaba a Martinelli en su conveniente autoexilio en la embajada de Nicaragua de la Ciudad de Panamá. Ahora, electo, ya ha anunciado que reciclará a ministros, ministras y fichas del partido actualmente en el poder, conocido por su historial de corrupción, violaciones de derechos humanos y gran ineficacia en temas de finanzas internacionales. Por lo menos dos de sus ministras vendrían de la camada del martillenato. Gran parte de su gabinete proviene de las élites económicas que nos han gobernado por más de cien años y velarán por mantener el modelo económico que nos ha otorgado el desagravio de ser uno de los países más desiguales y más violentos hacia personas que no son blancas, heterosexuales u hombres en el mundo. Pero es mejor vivir en un estrellado delirio.

Desde su cueva nicaragüense y tendido en una hamaca, Martinelli publicó recientemente en sus redes sociales que «Martinelli es Mulino y Mulino es Martinelli». La memoria, motorcito achacoso, lee todas las pistas en nuestros rostros, pero no quiere decodificarlas. Quizá por compasión.

«Recuerda que aún tenemos elecciones y aún puedes escribir tus articulitos sin ir preso», me dicen mis primes. ¡Claro! Pero, aunque no me lleven a la cárcel, a donde sí me llevarán será a cientos de puertas profesionales cerradas. «Paciencia, puede que sea diferente esta vez». Claro: y un hombre abiertamente homosexual será el próximo presidente de Panamá.

Pero quizá el problema sea yo. ¿Por qué decido recordar? ¿Por qué mi motorcito no me hace el favorcito? Y ¿por qué me obsesiono con el pasado como obviamente lo estoy con el (absolutamente hermoso) cuerpo que transportaba el alma de Guy Pearce en el año 2000?

El vendedor de humo disfrazado de escritor Paulo Coelho me insta a actuar, a no esperar más para realizar mis sueños de cambio. Y quizá tenga razón el brasileño y deba automedicarme con pastillitas de autoayuda porque «cuando todos los días parecen iguales es porque hemos dejado de percibir las cosas nuevas que aparecen en nuestra vida». Y ese es mi problema por no encontrar esos nuevos matices en la violencia y no ser agradecido. Y «un día despertarás y descubrirás que no tienes más tiempo para hacer lo que soñabas. El momento es ahora. Actúa», me recuerda el conejo como gota china sobre mi alma, pero no sé para qué. Para actuar en Panamá en los próximos cinco años, habrá que dejar el alma durmiendo debajo de una hamaca en una embajada nicaragüense.

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