La piel del cielo de Elena Poniatowska es sobre el patriarcado. Como lo plantea Margaret Snook en su crítica sobre este libro en la revista académica Hispania (2006), esta novela ganadora del Premio Alfaguara en 2001 «busca abordar los desequilibrios sociales basados en el género a través de la representación colorida de los personajes femeninos. A través de ellos, la autora expresa críticas a las visiones patriarcales sobre el cuerpo femenino, la sexualidad femenina y los roles de género».
En efecto, el personaje que empuja toda la trama de esta novela, Lorenzo de Tena, aglutina todas las características siniestras del patriarcado que parecen ganarle la batalla a cualquier conocimiento científico sobre género. En mi errática opinión La piel del cielo es eso y más. Poniatowska también aborda las muchas hipocresías de ser académicos en América Latina. Lorenzo es de esos profesores-investigadores que promueven políticas de educación para todas las personas y a la vez detesta el conocimiento popular.
Mis primeros intentos de lectura de La piel del cielo fueron nutridamente fallidos. El uso excesivo de mexicanismos, la suposición de que el lector debe conocer la geografía mexicana y las largas listas de personajes académicos de México alimentaron en mí un gran desprecio por el texto. Movido por la culpa académica, retomaba el texto luego de varias semanas acumulando polvo, y volvía a enamorarme de sus hilados de palabras cómplices como «no hay mayor tragedia en la vida, Lorenzo, que convertirse en paladín del bien y creérselo», «Aquí el tiempo era una manita de puerco en vinagreta a la que había que chuparle los huesos» y, hablando de las largas horas de Lorenzo frente a su telescopio, «Este cielo era su piel…»; pero volvía a cerrarlo con frustración al toparme con hamacas donde la autora innecesariamente nos da detalles tramoyistas de conferencias académicas, la inauguración de algún observatorio astronómico o disputas pretenciosas entre académicos.
O quizá no sean innecesarias. Puede ser que la autora, que según entiendo vivió muchas de esas conferencias por su relación con un astrónomo mexicano, intuyese que para que la obra tuviese legitimidad debía demostrar, de forma hipócrita o no, su conocimiento enciclopédico sobre telescopios.
Yo describiría a Lorenzo de Tena como un comunista con un entendimiento claro de cómo la estructura social de su país crea grandes desigualdades. En su juventud, el estudiante de leyes recorre México repartiendo un periódico para levantar la conciencia social entre los más pobres. Aún por saborear el poder, Lorenzo le reclama a los líderes del movimiento que sigan imprimiendo periódicos cuando las personas más pobres del México de la década de 1940 no sabían leer o no disponían del tiempo para hacerlo luego de tortuosas horas de trabajo.
Desafortunadamente el coraje que produce en Lorenzo la indiferencia de estos líderes desaparece cuando él llega al poder. A pesar de seguir hablando de escuela para todos y que democracia con hambre no es democracia, el ahora director de observatorios y profesor universitario en varios planteles repudia hasta el olor de las personas sin estudios en instituciones que él reconoce como legítimas. Viendo día a día el hambre y las masticadas condiciones de las viviendas de los pueblos colonizados por las universidades, Lorenzo nunca entiende el enorme costo de oportunidad de sus imperfectos telescopios.
Ya dentro del mundillo académico, De Tena ayuda a crear un cartel de académicos donde el precio de entrada consiste en publicar un artículo académico en revistas académicas de prestigio (la redundancia académica es académica). Fuera de la detallada discusión que nos ofrece el libro sobre los méritos de este criterio es que las revistas de prestigio son en inglés y mercancías de oligopolios internacionales que hacen todo lo posible para que las personas fuera del cartel no puedan acceder a este conocimiento. De hecho, el artículo de 10 páginas de Margaret Snook que menciono arriba cuesta US$16.00 si no eres parte del cartel.
Lorenzo de Tena tiene poca paciencia para las creencias populares sobre los posibles efectos negativos de equipos científicos. Igual desprecio han mostrado académicos en 2021 al rechazo que muestran entre 25% y 30% de la población sobre el programa de vacunación contra el COVID-19. Y es que para estos académicos, su labor es transferir —inyectarles— conocimiento a una población en déficit de raciocinio. La participación comunitaria es bonita solamente en conferencias y en textos académicos, pero el conocimiento popular se convierte en barrera hecha de ignorancia si las personas cuestionan proyectos científicos. Como nos dice Lorenzo sobre una posible consulta ciudadana, “nunca he oído nada semejante, además de huevones, ahora soy yo el que tiene que hacer concesiones. Es inmoral”. Pero ¿cómo no va a decir eso? Ser académico es «pertenecer a la élite, comprobar que se posee un mejor cerebro que los demás».
He leído que La piel del cielo es un referente de la literatura feminista mexicana, fomentando necesarias discusiones sobre las relaciones de poder entre mujeres y hombres. Me parece que también podría ser un referente de la literatura del colonialismo de los académicos que escriben en español usando marcos conceptuales gringos. Esto podría fomentar necesarias discusiones sobre cómo, para qué y para quién hacemos investigaciones científicas en América Latina.
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