Max Ernst: olvido y distancia (I)


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En el año de 1898, un pintor en Colonia, Alemania, decidió hacer un cuadro tomando el jardín de su casa como modelo. Como allí había un árbol que no se ajustaba a su idea académica de la composición, decidió cortarlo y continuar pintando.

En Max Ernst, su hijo de 7 años, este hecho produjo una sensación desagradable acerca de la pintura clásica, el autoritarismo e irascibilidad que demostraba su padre, indisponiéndolo para siempre contra las fórmulas académicas. Muchos años después recordaría este episodio como una de las primeras circunstancias que lo fueron alejando de la concepción del arte como expresión de «racionalidad». Aún transcurrían los años en que Alemania era dirigida por el Káiser e inevitablemente en la escuela debió toparse con más de esta rigidez.

En 1908, Max Ernst entra a la universidad de Bonn para estudiar filosofía y comienza a interesarse por la pintura de los «trastornados» y enfermos mentales. Admira los trazos retorcidos y angustiosos de Goya, Monet, Van Gogh y August Macke, la manía de El Bosco de introducir en sus pinturas elementos de la más diversa índole y la experimentación que Seurat y Kandinsky habían emprendido. Comienza a frecuentar una clínica psiquiátrica, donde entabla amistad con los enfermos. A los 22 años forma junto a otros pintores un grupo llamado «La joven Renania», con quienes expone en el «Salón de Otoño» alemán, en una presentación organizada por Makce y Kandinsky. Allí conoce a Apollinaire, cuya obra titulada Zone había sido publicada en la revista Der Sturm, que editaba el grupo de expresionistas integrado por Kandinsky y compañía. En 1914 se traslada a Francia por una corta temporada y conoce a Cézanne, Arp, Derain, Braque, Picasso y otros integrantes de la escuela de París. Con el primero mantiene una estrecha amistad que duraría toda la vida.

Todo parecía indicar que estos artistas integrarían un movimiento capaz de reformar la concepción del arte, pero en aquellos días llegó la Primera Guerra Mundial. Arp abandona Alemania y Max Ernst se enlista como artillero para proteger la ciudad de Colonia, cargo que ocupa durante cuatro años y del cual fue destituido por negligencia. Años más tarde, Paul Eluard relataría lo siguiente: «En febrero de 1917, el pintor surrealista Max Ernst y yo estábamos en el mismo frente, apenas a un kilómetro de distancia. El artillero alemán bombardeaba las trincheras en donde yo, soldado francés, montaba guardia. Tres años más tarde éramos amigos íntimos y luchábamos encarnizadamente por la misma causa, la causa de la emancipación del hombre.»

Esta primera guerra que tomó por sorpresa a los jóvenes que formarían el surrealismo no parece repercutir en sus relaciones personales ni en sus convicciones estéticas, pero es un atisbo de las posturas contrarias que dichos artistas tomarían en los años que siguieron. En 1917, Max Ernst, junto a Jean Arp, Karl Verlag, y J.T Baargeld fundan el grupo Dadá, nombre producto de un automatismo proveniente de las clínicas psiquiátricas que tanto interesaran a Ernst antes de la guerra. En esta época, Ernst firmaba sus obras como «Minimax Dadamax». El grupo heterogéneo sostenía reuniones con los subversivos de Münich, Berlín y Zurich; no se trataba simplemente de un grupo artístico, sino también procomunista. Por ello, cuando en 1919 organizan una exposición en la Kunstverein junto a la «Sociedad de las Artes» (grupo conservador) los catálogos fueron confiscados por la ocupación británica. Algunos de los artistas tradicionales se retiraron antes de la inauguración. “¿Cómo era posible que expusieran junto a enfermos mentales y  analfabetos?” Una mujer que se ocasionalmente se hallaba en la exposición se ríe de los resultados, se trata de Catherine Dreyer, que intenta ponerlos en contacto con Marcel Duchamp. Pero puede más la política, las obras no logran cruzar las frontera. Era solo una primera respuesta, pero la intolerancia sigue aumentando.

En 1920 organizan una exposición en el Museo de Artes Decorativas, del cual los echan con todo y sus obras. Se trasladan a una cervecería, que alquilan por su cuenta, donde el público destruye las obras que una y otra vez serían reemplazadas por Baargel y Ernst. En 1921 André Bretón los invita a exponer en una librería que quedaba en la Avenida Sans Pareil de París. Los periódicos de la capital francesa lanzan una encuesta provocativa: «¿Hay que fusilar a los dadaístas?». A ésta exposición asisten Tristán Tzara, Paul Èluard, Jacques Peret, y Delunay. Son ellos quienes lanzarán el primer Manifiesto Surrealista en 1924. Sin embargo, el grupo francés no era tan unido como el alemán. Ya desde esa época habían roces entre Tzara y Breton, pues éste último tenía la manía de «entablar procesos» contra diversos intelectuales de la época, y en uno de ellos contra Barrés, Tristán Tzara se lo había tomado a broma. Èluard, otro que se enemistaría con el grupo surrealista, sostuvo mejores relaciones con los alemanes. En el otoño de ese año visita a Ernst en Colonia y publica un libro llamado Repeticiones, ilustrado por él.

En su libro Historia de una Historia Natural, Max Ernst recuerda que a principios de 1919 se había obsesionado por las páginas de un catálogo ilustrado en el que figuraban objetos destinados a la demostración antropológica, microscópica. En esa época empieza a producir obras en las que mezcla piezas mecánicas y diversos objetos a los que llamará «mecanismos autoconstruídos», precedentes del Ready-made empleado por Marcel Duchamp y paralelos a los mecanismos fabricados por de Francis Picabia. En 1922 el grupo conformado por Jean Arp, los hermanos Matthew y Hanna Josephson, Paul Eluard y Max Ernst, que ya por entonces estaba casado con Luise Strauss, pasan vacaciones en Tarence. Hay cortejos y amistades rotas. Estas experiencias se recogen en un libro de poemas, relatos e ilustraciones que se imprimió con el título de Los infortunios de los inmortales. Se trata de la primera Novela collage de Max Ernst. Al año siguiente, ya instalado en París expone en el «Salón de los independientes» y obtiene la aprobación de los cubistas Braque, Juan Gris y Marcoussis. Algunas de sus obras se venden a buen precio, lo que le permite viajar a Indochina, donde se encuentra con Gala y Éluard.

Siempre contrariado por la política, el primer manifiesto surrealista de 1924 coincidió con la expulsión de Trotsky de Francia, tras la muerte de Lenin y Gorky. La mayoría de integrantes del surrealismo estaban a favor del desterrado. La primera exposición de los surrealistas contó con la participación de Paul Klée, Joan Miró, Picasso, Man Ray, Giorgio de Chirico, Pierre Roy y Max Ernst. Esta sería una de las últimas veces que se les vería a todos juntos.

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