Seis mil libros organizados perfectamente. Semejante obra de arte tuvo que haber estado en manos de alguna excelente bibliotecaria. Me encontraba en la biblioteca de un expresidente. Las bibliotecas hablan su propio idioma. Coexisten los textos cargados de anécdotas, no solo de quien los escribe sino del país donde se adquieren, de sus propias circunstancias. Sensaciones que van más allá de la comprensión humana para quienes la lectura se convierte en un modo de vida. Hay que poseer alguna suerte de virtud en la pupila para controlar el estado anímico de todos y cada uno de los libracos que le dan carácter al universo de los objetos vivientes y nos consuelan en la eterna búsqueda de sentido.
Me dispuse a entrevistar a Miguel Ángel Rodríguez, expresidente de Costa Rica. Le hice una solicitud y le indiqué que, más que entrevistarlo a él, entrevistaría a doña Lupita, su abuela, personaje que había provocado en mí una curiosidad particular. Brevemente explico el motivo: en una entrevista realizada al exmandatario hacía algunos años, había escuchado que su abuelita materna lo había empujado a inclinarse por las lides políticas. Involuntariamente recordé a las abuelas, a las mujeres de sabiduría y templanza. A las diseñadoras de nuestra consciencia histórica.
Imaginé a doña Lupita construyéndole el futuro a aquel chiquillo de cinco años. «La carga cultural pesa más que la carga genética», asegura el exmandatario. Hay datos que confirman la ponderación conceptual y por mayoría le dan más peso a nuestra cultura dentro del determinismo social. Conversamos y nacieron de nuevo las abuelas, hablamos de la sabiduría ancestral de quienes nos estudian sigilosamente en frío para mandarnos a la gran tragicomedia de la vida. García Márquez lo repitió muchas veces: su vocación de novelista se enraizaba en la Galicia de hechos sobrenaturales, la de sus abuelos. Tranquilina Iguarán sería la artífice de su destino literario.
Umberto Eco nos dice en su texto A hombres de gigantes que lo sagrado representa un trastorno provocador, una especie de admiración entremezclada entre estupor y desconcierto. Será la figura de la abuela esa representación de lo sagrado para los ingenuos, quienes creemos que esa expresión está en las formas vicarias. Barack Obama, por su lado, abordó desde la infancia el conflicto racial por medio de la «luz» que le irradiaba su abuela, aquella que, en palabras del también expresidente, había marcado lo obstinado y perseverante de su propia estructura anímica. Madelyn Dunham (su abuela), tras criar a Obama como a un hijo, moriría tan solo algunos días antes de que este fuera elegido como presidente de Estados Unidos. Algunos estudios afirman que la abuela materna es la encargada de transferir la mayor carga genética de entre todos los abuelos.
Lupita, la abuela de Miguel Ángel Rodríguez, le dijo a su hija que por nombre le pusiera a su nieto Ángel Miguel: quería clavarle a la criatura el nombre de su difunto padre, Angel Miguel Velásquez, pero la madre cumplió con el mandato solo en parte, dejándole el Ángel en segundo plano. Debió pensar que así se le daría mayor margen para futuras equivocaciones.
Como venía diciendo, me dispuse a entrevistar al expresidente con libreta y lapicero para escribir a mano. Llegué a la casa de habitación del exmandatario y allí me recibió su esposa, doña Lorena. La saludé y le expliqué que le haría una entrevista para esta revista y pronto llegó don Miguel Ángel y al verlos acercarse el uno al otro sentí ese compañerismo totalizante; esa compenetración que se constituye después de las lecciones más duras y difíciles, aprendizaje en largo peregrinaje.
Yo estaba nerviosa. Saqué mi libretita mientras me disponía a sentarme en una mesa de madera en cuyo sobre de vidrio de cuatro milímetros reposaban bastantes condecoraciones. En mi rareza pensé «¿Qué pasaría si yo le clavo una piedra a esta mesa y le robo las condecoraciones al exmandatario y luego salgo corriendo y ya?», pero esas ideas se quedaron reposando dóciles y luego recuperé el cauce de mis pensamientos. ¿Comedia o tragedia? Le lancé a don Miguel, a quemarropa, la escogencia más que la pregunta retórica y necia, «Comedia», me dijo, a pesar de que la vida está hecha de un sinnúmero de tragedias: se puede ser libre estando preso y estar preso siendo libre. Hay hombres que meditan en la montaña y se convierten en montaña. Lo hacen mientras suben o suben mientras lo hacen.
La idea de que no hay hechos sino interpretaciones nace con Nietzsche. Umberto Eco lo refuta, en parte, con algunos aportes teóricos. En nuestro caso concreto la entrevista tendría unos minutos de haber iniciado cuando su esposa entró para despejar una consulta. Tuve un impulso, la quería invitar a quedarse, la quería entrevistar también a ella; pero al final no le dije nada, para qué importunarla, ya habrá ocasión. Estoy segura de que la entereza de su esposa fue sostén en los momentos más oscuros. Solo de esa manera uno puede sentir ese apoyo incondicional que nace más allá.
De repente volvimos a doña Lupita, la mujer que dejó la marca cultural; una señora cuya familia había perdido el caudal económico pero que conservaba velo, guantes y sombrero. La co-creadora del plan arquitectónico, del símbolo. Miguel Ángel la recuerda cercana porque vivía en su casa y le enseñaba inglés, porque le leía cuentos, porque salía de su casa para coger «el camión» arreglada, porque en aquellos tiempos y también en estos no sabe uno a quién se puede encontrar y porque el luto, rígido, marcaría esa parte de la tragedia que se incrusta en todas las generaciones y en todas las familias, las luchas que se siembran y los frutos de quienes permanecen en el ruedo. El expresidente encontró en su abuela el temple, esa figura materna sin ansiedad y sin miedo que deshojó la flor de los azares, los libros, los idiomas, las ventanas, la cuna de la ternura desmesurada, pero acaso también su parte más racional.
No es fácil marcar una relación tan íntima con lo femenino sin quedar maniatado a la sentencia, a la consigna de ver resueltos todos los anhelos de una historia fragmentada, porque doña Lupita estaba cifrando sus anhelos en él, la vuelta del prestigio, la posición, las miradas atentas de quienes en un momento tomarían consciencia de las manos de la abuela cuyas manos enguantadas modelarían el carácter de un hombre que posteriormente tendría que vivir sus propias tragedias en los diversos ámbitos de su existencia.
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¿Quién es Elizabeth Jiménez Núñez?