De Donald Trump a Sancho Panza


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalSegún Erich Fromm, Hitler no logró apoderarse del vasto aparato del Estado solo con astucias y engaños; consideró un error evidente que toda la población fuese víctima involuntaria de traición y terror. Aseguraba que millones de personas en Alemania estaban ansiosas de entregar su libertad de la misma manera que sus padres lo estuvieron de combatir por ella; que en lugar de buscar la libertad buscaban caminos para rehuirla.

Las crisis estallan cuando el líder negativo aparece en medio de un contexto donde reina el terror y la traición, sin embargo, se gestan desde mucho antes. El germen más significativo está en las disconformidades internas de los individuos. El líder muestra rasgos que están presentes en su grupo de adeptos y algunas veces se sostiene en el valor simbólico de estos rasgos, enfatizándolos a tal punto que el grupo de adeptos se siente sumamente identificado y algunos sujetos dentro del abstencionismo como conducta paralizante pasan a formar parte del líder cuyo juego los ha subyugado al darles identidad y, al reconocerlos en la ficción representativa, ahora forman una sola masa.

En el caso de Donald Trump hablamos de un líder que amenaza la ficción democrática como construcción política y resquebraja las «buenas prácticas». A todas luces esto no es una novedad; lo que sí es novedad es el comportamiento desencajado, impulsivo y desmedido de este tipo de liderazgo que se plantea en la dinámica discursiva formal. Se podría pensar en todas las formas discursivas para despotricar fuera del discurso mediático, sin embargo, esta nueva forma de hacer gobierno es altamente cambiante y va orientada a mover y desestabilizar de forma más abierta la conducta del Estado.

Por otro lado, miles de norteamericanos inseguros en un contexto geopolítico son las presas más cotizadas por este tipo de líderes. Es innegable que en pleno siglo XXI se siga hablando de diferenciaciones de «raza», resonancia y juego de poder en el esquema identitario, en el viejo modelo hegemónico occidental: el hombre blanco y heterosexual se categorizó bajo la agresiva separación de individuos para convertirlos en piezas desiguales. La falsa percepción de superioridad de unos sobre los otros.

Podríamos pensar que Trump cumple un papel importante dentro de la ficción política que aquí se plantea. ¿Cuál sería su similitud con Sancho Panza de El Quijote? ¿Cuál sería la relación con el lenguaje que termina siendo el vehículo discursivo de poder por excelencia? Los dos tienen un deseo no resuelto ―como tantos otros miles―, el poder siempre funciona como impulso. Trump necesitaba de su ínsula Barataria.

Sería menester preguntarnos cómo fue la infancia de Trump. Busqué información biográfica y tuve hallazgos interesantes. En algunas fuentes se menciona que su padre fue alcohólico, quizá el dato sea falso. En otras se dice que desde los doce años acompañó a su padre a cobrar alquileres. Quizá lo que asemeja a Donald Trump de Sancho Panza, es que ambos persiguen una ínsula. Los dos descubren una enorme ventaja que recubre el poder del lenguaje, una especie de encantamiento. Recurren a la sabiduría popular para legitimar la validez discursiva. Si Donald Trump leyera El Quijote, si lo hubiese leído —cosa que dudo mucho—, entendería que todo su aparato empresarial, todo su capital, pertenece al gran sueño de la ficción de los caballeros andantes.

Los caballeros andantes persiguen poder y, consecuentemente, necesitan la superioridad dentro del sistema jerárquico, las actitudes heroicas, la formación del héroe como eje fundamental de acción y reacción. Fromm, en su libro El miedo a la libertad, nos dice que el hombre común norteamericano se siente invalidado por un sentimiento de miedo e insignificancia, fenómeno que se explica en el ratón Mickey, filmes cuyo tema es único en sus infinitas variaciones, siempre el mismo: algo pequeño es perseguido y puesto en peligro por algo que posee una fuerza abrumadora que amenaza con matarlo o devorarlo, la cosa pequeña se escapa y, más tarde, logra salvarse y castigar al enemigo.

Ya sabrá a su debido tiempo Donald —sentado en su silla de estar, cuando la vejez sucumba las ansias de poder y el cuerpo deje de responder en su totalidad— que el buen gobierno es complejo y desquiciante y que, aun instaurando murallas como solución para no dejar pasar a sus vecinos, el camino seguirá trazando necesidades y los inmigrantes seguirán pasando. Entenderá Trump que la lucha por alcanzar ínsulas es la lucha de las ficciones humanas, donde los sujetos necesitan entenderse como un todo, como una sola masa sin distinciones de «raza», tan marcada esta palabra por la violencia discursiva y el irrespeto del derecho humano hacia la inherente condición del ser. Como Sancho, entenderá Donald que gobernar no es tan interesante, sino más bien desgastante, apremiante y delirante. Entenderá a fin de cuentas que la verdadera riqueza del hombre blanco, católico, adinerado y heterosexual radica en sentarse a contemplar sus riquezas como un insignificante ratón que se siente perseguido y, una vez que ha sido puesto en peligro por una fuerza abrumadora, luchará y alcanzará el castigo para el enemigo y la salvación para sí mismo con la divinidad de su poderío económico.

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