Presté un libro ilustrado de Freud publicado en 1905: El chiste y su relación con el inconsciente. La obra no volvió a mis manos y ahora me inunda un tremendo temor de pedirla de vuelta. Sé que su nuevo poseedor me dará infinitas excusas que terminarán coronadas por una mentira bien construida: «Mirá, el libro se me quemó. El fuego comenzó justo en la parte de la biblioteca donde dormía tu librito. Se quemó. Quedó en cenizas». Ese libro —precisamente ese— es uno de los libros menos leídos de Freud.
Pero decidí, a propósito de que comenzaba un nuevo año, hacer borrón y cuenta nueva. Me desprendí del libro. Lo sentí mío porque tuve la posibilidad de leerlo varias veces. Disfruté sus ilustraciones, su diagramación, su estética. Ya habrá tiempo de volver a conseguir esa edición, o quizá no. Como lo dijo Roberto Bolaño en una entrevista: «Ciertas ediciones son como de otro mundo», ediciones que él no entendía cómo podían existir, «precisamente por la genialidad de sus construcciones textuales y gráficas».
En el libro que se escapó de mis manos el señor Freud hablaba del empleo de un mismo material para solventar las crisis momentáneas a nivel cerebral. Un desplazamiento para legitimar el nacimiento del chiste. Escribió el texto mientras desarrollaba otras producciones: Tres ensayos sobre la teoría sexual. Un proceso meticuloso que definió el chiste como un encuentro-desencuentro.
En el texto se perfilan los chistes según la formación de los espacios sociales y —a veces—se produce un hilo muy delgado entre la risa y la burla. Cuando entra la burla nos colocamos en una de las formas de «entretenimiento» más indignantes para la condición humana.
Cuando el fin es el escarnio como último recurso para reforzar la violencia, es ahí donde la humanidad se desintegra. La comedia es un asunto de genialidades bien construidas. Abarca el universo de las cosas en su doble hoja. La posibilidad de revertir la crueldad de los hechos, o bien, de endulzar un poco los designios del infortunio.
Con los años aprendí a entender el humor negro que me inyectó mi línea paterna. Al inicio me dolía y me envenenaba, pero después entendí las razones que me habían construido arquitectónicamente y acepté la labor dentro de mi propia casa mental porque debía aprender a desprenderme del miedo pavoroso que me perseguía. Lidiar con la piedad, el terror, la lástima, redoblar esfuerzos para afinar bien el alcance de mis observaciones, distinguir la moralidad, la inmoralidad y la amoralidad de todas las conductas, empezando por las mías.
Freud menciona en El chiste y su relación con el inconsciente la diferencia que hay —o que había, al menos en su tiempo— entre un chiste y otro, según el estrato social. Explica cómo los señoritos se contenían o reprimían con las señoritas «bien» para no despotricar a sus anchas, cuando en otros círculos despotricaban todas sus cuitas sexuales.z
Freud explicó que en estos casos siempre hay una víctima contra la cual queremos liberar nuestra agresividad. Sin embargo, el chiste también puede llevarnos a deshacernos de algún evento traumático. La aceptación como preludio de un horizonte menos tormentoso, cuando el desplazamiento —o bien, la condensación, de la que hablaba Freud— nos deja en paz con nuestra historia vital. Cuando dejamos de ser víctimas cuya descarga se convierte en carga pesada carga para los demás.
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¿Quién es Elizabeth Jiménez Núñez?