Esta es una de las más connotadas escritoras costarricenses, pero también la más desconocida. Su poesía circuló solo entre sus amigos porque ella misma no quiso darla a conocer. Su único poemario, Amor quiere que muera (1949), título de un verso de la Égloga II de Garcilaso de la Vega que reza «Amor quiere que muera sin reparo», lo publicó al cumplir 33 años y trata de un amor imposible hacia alguien que la autora conoció recién llegada a México y que murió un año después. Fue publicado —por insistencia de sus amigos— en México con ilustraciones de Santos Baldori. En 1985 la Editorial Finisterre lo volvió a publicar con carátula de Paloma Díaz Abreu, su nieta, e incluye además al menos siete poemas inéditos hasta entonces que tituló como «Canciones tontas para un adiós».
La historia literaria de Ninfa Santos empieza con su nacimiento en 1914, y de ella se cuenta que tuvo una vida accidentada por una infancia difícil: nació enferma de artritis y por esa razón pasó casi toda su infancia en horizontalidad. Al morir su madre cuando ella apenas tenía apenas 3 años de edad, su padre delegó la responsabilidad de su crianza en la hermana de este, también llamada Ninfa, una mujer estéril e inflexible, según dicen.
Entonces Ninfita —como le decían para diferenciarla de su tía— comenzó con la rebelión: ingresó a la Escuela Normal de Heredia en 1928, como todas, y siempre supo que México sería su destino y final. A los 18 años llegó de visita a casa de su hermana Lupita, quien se había casado con un diplomático mexicano, pero cuando esta notó que Ninfita había llegado para quedarse, comenzó con sometimientos altamente restrictivos para que regresase a Costa Rica. Ninfa, sin ser mexicana, simplemente comenzó una carrera diplomática como auxiliar en la delegación de México ante la OEA, razón por la cual peregrinó también por Estados Unidos, Italia y Rusia hasta ser ascendida a vicecónsul cinco años más tarde.
En 1938 contrajo matrimonio con Emilio Abreu Gómez (1894-1971), afamado escritor, historiador, periodista, dramaturgo y ensayista mexicano reconocido como el gran especialista en Sor Juana Inés de la Cruz. A partir de entonces obtuvo la ciudadanía mexicana y al año siguiente nació su hija, Juana Inés de la Cruz Abreu, llamada así por la gran admiración de su padre a la Décima Musa. Juanita Inés llegó a ser pintada por los mejores artistas mexicanos debido a su gran belleza.
En 1948 Abreu Gómez fue a dictar unas conferencias a Washington por las que la Unión Panamericana lo invitó a quedarse permanentemente y la pareja fijó allí su residencia. Ninfa pronto se divorció de él cuando la descalificó de sus responsabilidades maternas; Juana Inés se casó en secreto con Bernardo Díaz —bisnieto de Porfirio Díaz— y su madre resguardó el secreto, lo que enojó a Abreu Gómez. De esa unión entre Bernardo y Juana nacieron Paloma y Marisa.
Ninfa Santos solo ha sido incluida en tres antologías hasta la fecha: en La poesía en Costa Rica (1963), Poesía contemporánea de Costa Rica (1973) y El amor en la poesía costarricense (2000).
La presencia de Ninfa en las letras costarricenses será siempre más que necesaria. Ninfa, sin quererlo, abrió las puertas a la voz literaria y poética de las escritoras que venían atrás —y que ya he reseñado en esta serie de artículos— con una poesía que revolucionó la cotidianidad poética nacional colmada de esquemas antiguos y absurdos, y por si fuera poco, dio una dirección distinta a lo que ya dábamos por establecido.
Debo apartar mi corazón de tu rostro;
apartarlo, castigar su humildad;
cerrarle con cien vendas los ojos,
y si te busca aún, si por las vendas,
¡ay milagro de amor! te adivina, te sigue,
arrancarle esos ojos, destrozarlos, cegarlos;
y si ciegos ¡ay milagro de amor!
te persiguen, te alcanzan,
quemarlos.
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