Mi mayor placer es vivir en la cuerda floja


dulcinea-gramajo_-perfil-casi-literalDerramas esa impresión de ser

la acción que encarna la ternura

a tu alrededor no hay humildad,

la Venus es caricatura.

Babasónicos

«Mi mayor placer es vivir en la cuerda floja», manifiesta Holly Golightly, personaje principal de la novela Desayuno en Tiffany’s (1958), de Truman Capote y cuya personificación en el cine fue interpretada por la encantadora Audrey Hepburn.

¿A qué se refería Holly con esta frase? Acaso se veía a sí misma como una equilibrista a punto del traspié y, en lugar de huir de esta situación, suspendía aún más alto la cuerda por el simple placer y emoción ante el vértigo de cada instante. Holly es graciosa, sumamente astuta, aventurera, vanidosa, más pícara que romántica acompañada de su lápiz labial, sus gafas oscuras. Las perlas adornando sus orejas y su perfume son la perfecta armadura de una princesa errante, ligera como un pañuelo, experta en el arte del escapismo.

Hace algún tiempo leía un artículo en el que decía que llevar gafas de sol ayuda como simulacro de alegría ya que evita que se entrecierren los ojos por los rayos del sol, y esta acción de fruncir el ceño al entrecerrar los ojos la podría interpretar el cerebro como una señal de descontento y preocupación. Holly ve el mundo detrás de sus enormes espejuelos oscuros y quizás es por ese motivo que siempre se le ve una radiante sonrisa en los labios a pesar de dar la impresión, a su vez, de ser una especie de animalito frágil y desamparado.

Tiffany’s (la famosa joyería neoyorquina) es su happy place, una especie de paraíso en donde según ella nada malo puede ocurrir. Es allí en donde detrás de un exhibidor desayuna un café y un croissant, absorta en el destello de los diamantes. Esta era su manera de huir de lo que ella llamaba «días rojos», esos días en que sin motivo alguno se siente miedo.

Seguramente muchas cosas se le pueden cuestionar a Holly Golightly, pero de alguna manera todas nos sentimos identificadas en menor o en mayor medida con ella, y es que ni siquiera es necesario cometer excentricidades como visitar semanalmente a un mafioso italiano en la cárcel, beber leche en una copa de Martini o conquistar a un magnate sudamericano para desear a viva voz, o en las profundidades de nuestro ser, esa libertad, ese desparpajo y esa forma tan genuina de ser de Holly, siempre dueña de sí misma. Nada cuesta fantasear con la idea de vivir en un apartamento con una única y gran ventana dando hacia la escalera de incendios, manteniendo cajas y maletas cerradas listas para la partida.

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