«Como a sus héroes [de Dostoievski], también a nosotros empezó a angustiarnos nuestra semejanza con Dios».
Arturo Luther, Breviario de Dostoievski.
En 1872 Vasili Perov pintó a un tipo con barba larga, sienes prominentes y mirada entre melancólica, desolada y dulce. En él, con 57 años, Fiódor Dostoievski se deja retratar mientras entrelaza las manos sobre la rodilla izquierda. Ha cruzado las piernas y esa que parece una gabardina ancha y quizá de una talla de más cubre el cuerpo de quien sería considerado uno de los psicólogos fundamentales de la literatura mundial.
Como buen chico nacido en noviembre, bajo el signo de Escorpio, Dostoievski fue un observador sensible y un ser creativo prolífico, seguramente confrontado entre pasión y genio, simplemente intenso. Cuando vino al mundo en 1821 fue el segundo de siete hijos que pronto quedaron huérfanos de madre y bajo el cuidado de un padre autoritario, depresivo y alcohólico que murió dos años después (las malas lenguas dijeron que fue asesinado por sus propios siervos).
En 1841 Dostoievski escribió sus primeras obras que no fueron conservadas y mientras siguió escribiendo se descubrió a sí mismo con episodios de epilepsia, la cual trasladó a algunos de sus personajes. Dos años después terminó los estudios de Ingeniería militar a los que le obligó su padre y adquirió el grado de subteniente.
Ocho años después se convirtió en un «subversivo». El 23 de abril de 1949 él y su hermano Mijail fueron detenidos con otros miembros del Círculo Petrashevski, un grupo intelectual. El hermano quedó en libertad. A Fiódor se le atribuyó mayor peligrosidad por «escribir contra el gobierno», como lo cuenta Juan Villoro en su ensayo «Dostoievski: El aprendizaje del éxtasis». Era la época del zar Nicolás I. Después de la revuelta decembrista en 1825 y las revoluciones de 1848 en Europa, Nicolás I no consentía, como muchos de los presidentes guatemaltecos, que peligrara su autocracia.
Por escribir, Dostoievski fue sentenciado a muerte por fusilamiento, de la cual lo indultaron, a cambio estuvo siete años en Siberia: cuatro de ellos en prisión y tres en arresto domiciliario.
Hasta aquí la biografía, lo demás lo encuentran en Wikipedia, pero advierto que hay ensayos magníficos como para conformarse con eso, como la tesis doctoral «El amor en Dostoievski. Un estudio desde la antropología filosófica», de Lorena Rivera León.
Como último dato biográfico quiero mencionar a un personaje en el que se centró el escritor guatemalteco Francisco Juárez al dar toda una cátedra sobre la vida y obra de Dostoievski en el marco del 22 Festival del Centro Histórico. Juárez recordó a una mujer fundamental en el trabajo de este escritor ruso: Anna Grigórievna Snítkina, la taquígrafa a la que Dostoievski dictó la novela El jugador y quien se convertiría en su segunda esposa. Anna tiene su propio apartado en la tesis de Rivera León.
En su ensayo «Dostoievski y la crisis de nuestro tiempo», Josef Matl dice que Dostoievski previó, con intuición profética, problemas esenciales y existenciales de nuestro ser espiritual, moral y social de hoy al predecir todos sus efectos sobre el individuo y la configuración de la sociedad humana. Divisó, con más de medio siglo de antelación, los fenómenos de crisis que se han apoderado del ser humano, de la sociedad y de la cultura actuales.
Según Matl, los críticos de la época no vieron lo absolutamente nuevo en Dostoievski: «su psicoanálisis, su penetración en los problemas, su examen perspicaz de todas las facetas, incluso las irracionales, de la existencia humana». No percibieron siquiera el tema fundamental: «la inquietud espiritual, la lucha del hombre contra Dios y por Dios, el tema, a fin de cuentas, del ateísmo y de la fe».
Reconozco que me sorprendió saber que este escritor era profundamente creyente de la fe cristiana y que por ello el personaje Michkin, protagonista de su novela El príncipe idiota, es a la vez tan coherente como creíble: sobre todo cuando es el creador de la tensión entre la bondad y un imaginario social en el que predomina la apariencia, la doble moral, la discordia y la bajeza humana. No tan lejos de las realidades centroamericanas, ¿verdad?
Arturo Luther, en su Breviario de Dostoievski, afirma: «Ninguno —lo hemos visto ahora— había representado el terror del hombre, que se gloria de ser Dios y se ve, de repente, reducido a su mezquina humanidad, de una manera tan conmovedora como él».
Matl asegura que todas las personalidades literarias de alguna importancia, tanto en Francia como en Inglaterra, España, América, etcétera; igual los realistas que los escritores fin-de-siécle (Paul Bourget, Leconte de Lisie, Duhamel, Marcel Proust, Lawrence, Oscar Wilde, Huxley, Unamuno, Pío Baroja, etcétera), se nutrieron espiritual y estéticamente de Dostoievski:
«En los tres últimos decenios se percibió toda la importancia de la problemática espiritual, ética y religiosa de Dostoievski, comprobándose también que en las angustias y crisis de nuestro tiempo es el mensajero preciso; que Dostoievski ha plasmado la epopeya del ser espiritual moderno, del hombre surgido del Renacimiento, que pertenece, por sus méritos espirituales y artísticos, igual que Hornero y Platón, que Virgilio y San Agustín, que Dante y Santo Tomás de Aquino, que Shakespeare, Cervantes y Goethe, a los grandes educadores de la Humanidad, que gozan de significación universal y perenne».
Dostoievski decía de sí mismo: «Soy un realista en sentido superior, lo que significa que descubro todos los recovecos del alma humana». Y más aún: «Lo que los hombres en su mayoría llaman fantástico e inaudito es para mí la realidad más profunda».
Para mí Dostoievski es un pequeño dios, tan excepcional en contar historias extensas y delinear personajes complejos (no solo dos o tres) en una sola novela de casi mil páginas, pero además en plantear interrogantes profundas que no dejarán de preguntarse, porque sin duda, muestra al ser humano que se cuestiona a sí mismo frente a su propia desnudez.
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Buenas tardes, quisiera preguntarle en dónde puedo encontrar la cita que hace de Dostoyevski cuando él habla de su «realismo superior». ¡Muchas gracias!