Desde inicios de mayo participo en un club de lectura virtual. Sí, todos los que podemos hemos migrado desde casa a más espacios encapsulados en pantallas. Pese a todo, las actividades culturales continúan en medio de la incertidumbre, mutan en formatos y plataformas y se multiplican en el ciberespacio. Ya veremos en qué mutamos nosotros después de que este virus pase por nuestros cuerpos.
El club del que hablo se llama «Libros negros» y se centra en lecturas (tampoco excluye películas) con temáticas de terror, horror, fantasía y ciencia ficción. En él descubrí que el meditabundo, opiómano y espectral autor estadounidense Edgar Allan Poe también escribió sobre pandemias en el relato «La máscara de la muerte roja».
Cuando llegué a la parte que dice: «Ocurrió a fines del quinto o sexto mes de su retiro, mientras la plaga hacía grandes estragos afuera», se me erizó la piel y me asaltó la pregunta: ¿Aguantaremos llegar al sexto mes con el COVID-19?
Este relato corto de Poe, aparte del sustancioso y fino simbolismo que no explicaré acá, es una bofetada para reaccionar ante la finitud. El protagonista de la historia se llama Próspero, con el que entretejo similitudes con los placebos del sistema capitalista actual, pues se trata de un tipo con recursos desmedidos para aislarse él y un millar de «amigos fuertes y de corazón alegre» en su propiedad privada-castillo-abadía. Muy al estilo de los personajes que tan fácil pueden decir cosas como «Maximiza tu potencial, aprende con tutoriales, debes ser productivo, hay que estar positivo», bla, bla, bla.
«La máscara de la muerte roja» logró destronar a mi cuento favorito de Poe «La caída de la casa Usher». Claro, esta lectura lleva todo el peso de experimentar una pandemia en el siglo XXI. Hay días que toda la situación nos desborda, física y emocionalmente. ¿Cómo no? En el cuento de Poe, el olvido se vuelve orgía, fiesta, colores y diversión para quienes están encerrados, sintiéndose a salvo. ¿Cómo expresamos nuestro olvido en estos días? ¿Olvidamos el tiempo y lo que está afuera? ¿Nos martirizamos informándonos del avance de la pandemia? ¿Qué tan altos y seguros son nuestros muros? ¿Pensamos alguna vez en aquellos que no son de los nuestros? ¿Hemos revisado nuestros privilegios?
Al final del cuento, Próspero encara a la máscara. Ni los lujos, ni los placeres, ni los muros evitarán la extinción de esta era, una extinción que incluso es coherente con nuestra forma de vida y de consumo. El barcelonés Francisco Mayor Zaragoza, en un texto sobre el coronavirus, cita una frase de Albert Camus que deberíamos repetirnos con frecuencia: «Les desprecio porque pudiendo tanto se atrevieron a tan poco».
Mientras releía el cuento, encontré en YouTube una reinterpretación cinematográfica que dirigió Roger Corman en 1964, con varios giros distintos del cuento original. En esta cinta, Vincent Price encarna a Próspero, la banda sonora es de David Lee y la fotografía de Nicolas Roeg. Lo rico de las reinterpretaciones son las posibilidades de multiplicar espejos.
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