¿La «revolución» de los escritores?


Uriel Quesada_ Casi literalGustavo Solórzano Alfaro, poeta y editor costarricense, compartió en redes sociales un artículo de Guillermo Schavelzon —legendario agente literario— titulado «La revolución de los escritores». Schavelzon es un pez importante en un ecosistema del que, personalmente, me siento excluido. Yo nunca he tenido un agente; y no porque no lo haya buscado, sino porque nunca he sido atractivo para ninguno. Ignoro los mecanismos que te hacen deseable para un agente y la colaboración que en efecto se establece entre este y el escritor, aunque algunos/as colegas se han quejado de ser peces demasiado pequeños para recibir la atención que les permitiría desarrollarse profesionalmente.

En su artículo, Schavelzon aboga porque se remunere al autor por escribir y no por lo que viene después en la cadena de producción del libro. No explica cómo se determina esa remuneración, aunque lo lógico sería basarla en la expectativa de ventas, un tema tabú que, sin embargo, establecería compromisos claros por parte del editor. Muchos de nosotros no vemos un centavo por lo publicado —al menos en Costa Rica— y, quizás por eso, sublimamos el rol del escritor como si estuviera fuera de la lógica del mercado, aunque el libro es un producto que circula en un mercado específico.

La publicación de libros no es ahora la única fuente de ingresos —dice Schavelzon—, pues lo son también otras actividades relacionadas, incluyendo la explotación de derechos derivados de la obra. Su referencia, sin embargo, es Estados Unidos, el mercado más grande del mundo; un mercado no solamente de nichos de lectores, sino de criterios de publicación que también excluyen a muchos autores.

De los más de 500 mil nuevos títulos que se publican cada año en Estados Unidos, solamente un puñado realmente logran lo que Schavelzon propone. Yo tuve una grata experiencia con Queer Brown Voices, que me dio la oportunidad de presentaciones pagadas y de derechos que siguen llegando, tanto por el libro impreso como por el audiolibro. Esos montos, sin embargo, son simbólicos y obligan al escritor a tener otras fuentes de ingreso más convencionales.

Schavelzon nos recuerda que vivimos un cambio de paradigma de la edición, que ha dejado de ser un proyecto educativo y cultural para convertirse en una actividad industrial. Tal vez por eso el escritor ya no es un referente cultural y se ha convertido en proveedor de entretenimiento. Nosotros, los escritores neoliberales, debemos promocionar nuestra obra, crear un personaje para redes sociales, pagar una página web y estar dispuestos a asistir a cuanto evento sea necesario para promover nuestros libros. Nos hemos convertido, a nuestro pesar, en piezas de una maquinaria de marketing que desconocemos y para la cual muchos no tenemos el talento o el dinero para costearla.

Como contrapeso, Schavelzon hace un elogio de la editorial pequeña: esa que propone nuevas lecturas y crece gracias a las herramientas y los bajos costos del marketing digital, y que conoce su nicho de mercado. Yo adoro las pequeñas editoriales y admiro el tesón de sus editores/as. Suelen involucrar al escritor y algunas son parte de redes que ayudan a la circulación del libro. La pequeña editorial, sin embargo, no necesariamente alivia los problemas de remuneración del escritor o sus expectativas de difusión.

El escritor neoliberal corre el riesgo de perder la noción de sí mismo como artista ante prioridades que se perciben tanto o más importantes que la escritura misma. Vive en un entorno en el que todos son profesionales y amateurs a la vez; hace su trabajo a pesar de los obstáculos y compite por un grupo reducido de lectores. Y esa es su revolución. Nuestra revolución.

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