Muchos investigadores y críticos de arte afirman que el Boom de la literatura latinoamericana del siglo XX tuvo sus inicios entre 1960 y 1970 y se remiten a la publicación de Rayuela en 1963. Otros prefieren enmarcarlo con la publicación, en ese mismo año, de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Otros se remontan a años atrás, con la aparición de Hombres de maíz, de Miguel Ángel Asturias, en 1949; o con El Señor Presidente, publicada en 1946. Incluso hay quienes van aún más atrás, con la aparición de El pozo, de Juan Carlos Onetti, en 1939. Sin embargo no es un año específico lo que da la importancia a este fenómeno de las letras, sino la identidad que adquiere a través del lenguaje que propone.
El escritor Iván Thays definió al Boom como «un club que no admitía señoras». Y es que las obras escritas por mujeres como Clarice Lispector, Rosario Castellanos, Nélida Piñón, Sara Gallardo, Elena Garro, Nellie Campobello, Beatriz Guido y Libertad Demitrópulos, entre otras, fueron infravaloradas entre tantos autores que escribían la «gran» novela latinoamericana en esa época. Durante mucho tiempo, sin decirlo, se asumió que su obra no era tan valiosa como la que era creada por los escritores.
Pero no todas fueron escritoras. También existen otras mujeres detrás de este movimiento literario y que se ocultaron tras lo doméstico. Las que los alimentaban, las que se ocupaban de sus agendas, de su ropa sucia. Por poner un solo ejemplo podemos mencionar a Patricia Llosa, quien compartió cincuenta años de su vida con el escritor Mario Vargas Llosa. Se dice que la vida privada de un escritor no es relevante, pero la vida privada de todo hombre es la base fundamental para cualquier logro o derrota que pueda tener; pues sin comer, sin vestir, sin tener quien le resuelva a uno las cosas, es muy difícil hacer algo. Así que podemos imaginarnos todo lo que esta mujer hizo a lo largo de medio siglo para apoyar a su compañero de hogar.
Pero el Boom no solo fue apoyado de forma doméstica por mujeres, sino también de forma editorial y mercadológica. Para el caso, la agente literaria Carmen Balcells o la «Mamá Grande» (como la llamaban), quien fue algo más que una editora. Jugó papeles que de manera tradicional son ejercidos por mujeres: confesora, amiga, defensora y hasta madre o abuela. Pero Balcells también revolucionó al mundo literario. Cambió las reglas del juego entre autor y editor y eliminó los contratos vitalicios, entre otras cosas. Fue pieza fundamental en este famoso Boom, pero ¿por qué Balcells no se interesó en las escritoras de esos años? No lo sabemos a ciencia cierta, pero conocer y tratar de comprender estos fenómenos nos develan la naturaleza literaria de los seres humanos.
Sin duda, el Boom latinoamericano marcó un periodo en la historia de la literatura de América y el resto del mundo. En su lenguaje propuso un existencialismo fundado en la irracionalidad, el cual supo proponer una nueva forma de creación a través de la palabra.
En medio de procesos políticos y sociales bastante difíciles como el neocolonialismo, gobiernos dictatoriales, guerrillas, golpes de Estado y revoluciones socialistas, se crearon obras originales y con un sinnúmero de virtudes que recogieron del surrealismo la manera de entender al ser humano y su búsqueda.
Nadie le quita méritos al Boom, desde luego. Sin embargo, ¿qué habría sido, por mencionar un ejemplo, de Cien años de soledad sin Mercedes Barcha tomándose un café al lado de Gabo en una casa de la Ciudad de México? Son de esas historias que para los críticos de este o cualquier otro movimiento literario no valen nada.
†
¿Quién es Linda María Ordóñez?
0 Respuestas a "Las mujeres que el Boom latinoamericano invisibilizó"