En el panorama de la literatura y la poesía hondureña, son muchas las voces de mujeres que sobresalen y que dejan una significativa huella con sus obras. Hablamos de escritoras que desde finales del siglo XIX han decidido romper con la tradición de un mundo cargado de una visión androcéntrica, que invisibiliza, margina y trata de enmudecer cualquier manifestación que rompe con los esquemas sociales dictados por el patriarcado.
Son muchas las mujeres hondureñas que desempeñaron un gran papel en la literatura escrita y oral del siglo XIX: Juana Rodas, Ana Irbazú de Guardiola, Teresa Morejón de Bográn, Petronila Barrios de Cabañas, María Colindres, Celestina Mijango, María Guadalupe Reyes, Josefa Carrasco, Rosa de Valenzuela, Lucila Estrada de Pérez, Lucila Gamero de Medina y Theodora Contreras, entre otras.
A partir de 1860 se inauguraron las primeras publicaciones firmadas por nombres femeninos. Tal es el caso de Juana Rodas, cuyos versos aparecieron publicados en el diario La Gaceta del 31 de julio de ese año. Más adelante encontramos también el nombre de Ana Irbazú de Guardiola, quien, en su papel como esposa de un funcionario público (primera dama de Honduras), consiguió publicar en el mismo diario su poema «A la muerte de mi más querida hija, G. G. Guardiola acaecida el 1 de julio de 1865 a las seis de la mañana». Los hallazgos de estos textos poéticos deben ser considerados un aporte a la historia de la poesía y a la historia del feminismo en Honduras. Teresa Morejón de Bográn es otra voz de mujer imprescindible y que forma parte del Romanticismo.
Para la sociedad hondureña de 1860 la participación de la mujer en el plano científico e intelectual era, casi de manera general, rechazada o valorada con poca estimación. Cabe recalcar que un punto de encuentro entre estas mujeres es el hecho de haber pertenecido a familias con un estrato económico privilegiado y que además estaban vinculadas al poder político y religioso del país. Esto les permitió tener acceso al conocimiento de las letras y a la publicación de algunas de sus obras en periódicos y revistas locales. Recordemos que para mediados del siglo XIX la falta de educación académica era una condición generalizada entre hombres y mujeres en el país y la región.
A la mujer se le atribuían los quehaceres domésticos y religiosos (siempre de manera pasiva), por el contrario, el hombre era quien gozaba de beneficios superiores vinculados con la fuerza, la inteligencia y la sabiduría, por tanto, los roles estaban asignados sin posibilidad de considerar cambios o excepciones. Por esta razón la obra de las escritoras hondureñas fue invisibilizada e infravalorada por la crítica literaria y los círculos intelectuales de la época.
Sin embargo, en 1876, tras la reforma liberal en Honduras, las mujeres comenzaron a ejercer el magisterio de forma activa. El discurso reformista buscó su continuidad en el poder fingiendo el deseo de reivindicar la posición de la mujer dentro de la sociedad. El Estado delegó la educación elemental en las mujeres argumentando su admirable destino y habilidad natural para la formación de los niños, amputando de esta manera su integridad como ser social.
Por medio de la profesión docente, muchas escritoras hondureñas del siglo XIX crearon un ambiente intelectual en los salones de clases y en las actividades extracurriculares, donde poesía, arte y cultura eran los ingredientes principales. Ellas desempeñaron una gran labor con relación al fomento y a la apreciación de la palabra.
Un acontecimiento importante ocurrió en 1895 cuando Lucila Gamero Moncada hizo la publicación fragmentada de su novela Amelia Montiel. Dos años después, en 1897, publicó Adriana y Margarita, edición impresa en Paris por la editorial Gerault y financiada por su padre. Años antes, en 1889, obtuvo una mención honorífica en la Exposición de Guatemala y la medalla de plata en el certamen literario por su publicación Páginas del corazón.
Es importante mencionar que en la actualidad no encontramos textos de narrativa testimonial, epistolar o autobiográfica pertenecientes al siglo XIX, sin embargo, esto no quiere decir que las mujeres no hayan escrito este tipo de literatura, sino que la sociedad hondureña no tuvo la intención ni la capacidad de resguardo, conservación y recopilación de estos trabajos. Por otro lado, haciendo referencia a los textos poéticos, un gran número de ellos han sido recuperados gracias a la conservación de los ejemplares del diario oficial La Gaceta por parte del Archivo Nacional y del Centro de Recursos de Aprendizaje de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
Desde escribir e impartir educación hasta trabajar por un salario: en el siglo XIX, las escritoras y las mujeres hondureñas en general demostraron su capacidad para sobresalir en los ámbitos que la sociedad patriarcal ha decidido limitar al género masculino.
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¿Quién es Linda María Ordóñez?