Probablemente no haya una respuesta en blanco o negro en la interrogante de si es posible separar a la obra del artista, pero en esta columna, dentro de todas las contradicciones que pueden surgir, soy de la idea que es imposible separarlos como tal porque el artista, ya sea este un escritor, pintor, músico o lo que sea, no se separa de su propia obra y se entiende su vida por cómo evoluciona y desarrolla su trabajo. Por lo tanto, ¿por qué deberíamos separar la obra para juzgarla?
Juzgar una obra sin más nada que ella per sé de alguna forma la desnaturaliza y hasta hace que se pierda a sí misma, ya que al ser desarrollada pertenece a una época y a las preocupaciones, obsesiones o locuras de su creador. ¿Cómo se puede entender al Impresionismo si no es como una rebeldía ante la hegemonía en la cultura de la pintura? Desde la forma de marcar el pincel hasta los lugares que capturaban Renoir, Degas o Manet desafiaban el establishment. O ¿cómo se puede leer a Mary Shelley sin conocer que Frankenstein reflejaba ese mundo perdido y sin esperanza que ella veía?
Quitarle todo esto a una obra y tratar de verla de forma separada para entender su universalidad termina por imponer opiniones eurocéntricas de la misma, pues, por más anónimo que desee ser aquello que buscamos nombrar como “lo universal”, no es más que aquello que se ha contemplado desde una mirada hegemónica colonialista de producción cultural, despreciando todo lo que no encaje dentro de su molde. Por lo cual, obras que han circulado en primera instancia como anónimas —como las novelas escritas por mujeres, entre ellas Jane Austen— muestran una época de limitaciones hacia estas.
Sin embargo, desde una mirada contemporánea somos capaces de comprender que más allá de que las mujeres buscaran un buen matrimonio para asegurar su futuro, los escenarios y estilos de vida de los personajes de su obra se sostienen sobre la explotación colonial y la mano de obra esclavizada.
Esto no quiere decir que no lo leeré nunca más os clásicos de aquellas épocas, pero en definitiva mi apreciación hacia ellos y mi entendimiento serán diferentes. Y es justo ahí donde es necesario que los análisis y las críticas evolucionen sobre los clásicos para que nuevos emerjan. Por ejemplo, pasaron casi doscientos años desde Emma para que nos cuestionáramos con el Test de Bechdel el rol de las mujeres y sus interacciones entre ellas, no solo en películas —que fue el contexto en el que ete test fue creado—, sino también en los libros. Y si bien son muy criticables los roles de género, clase y raza afianzados a través del arte, también han sido esas mujeres las que, con todo y sus vicios de blanquitud, abrieron paso para que otras luego llegáramos a cuestionar.
Dejando esto a un lado, es imprescindible hablar sobre cómo muchos aportes, artísticos entre ellos, han sido construidos sobre el sufrimiento tangible de otros, como lo fue la abierta pedofilia, pederastia y erotización orientalista de Gauguin, o la misoginia y apropiación cultural de símbolos africanos por parte de Picasso. En contraste, tras la explosión hollywoodense del #MeToo muchas sacamos inmediatamente de nuestra lista a actores y directos predilectos como Kevin Spacey o Roman Polanski, y confirmamos que Woody Allen es una mierda.
Fue casi inmediata la reacción de cancelarles los espacios a estas figuras y usar nuestro poder de consumidores para reducir sus ganancias y popularidad, pero ¿qué hacemos con los anteriores? ¿Cómo reaccionamos cuando nos enteramos de que Picasso y Hemingway eran unos machistas maltratadores? ¿Es acaso imprescindible el trabajo de Gauguin como para ignorar su repugnante vida? ¿Es realmente posible darle la espalda a ello? ¿De verdad separaremos al artista de su obra cuando su obra en sí está construida sobre el cuerpo y el sufrimiento de niñas y mujeres racializadas y violadas? ¿Esto merece honra?
Creo que hay un trabajo arduo detrás de esto ya que no solo es el arte el que se ha sostenido sobre la explotación de otros pueblos. Un ejemplo claro es cómo el movimiento de #BlackLivesMatter destruyó diferentes estatuas de comerciantes de esclavos o cómo los mayores descubrimientos ginecológicos se dieron por la trata de esclavas negras y su tortura, en nombre de la ciencia occidental y para beneficio de la blanquitud.
Probablemente cualquier construcción futura, ya sea arte, literatura o una invención nacerá, quiera o no, de contextos y de conocimientos previos, porque se nos es prácticamente imposible escapar de este mundo con sus roles y jerarquías que heredamos por una asimilación cultural dominante. Sin embargo, si algo hemos podido aprender del arte mismo es que siempre podemos denunciar, cambiar y rebelarnos —e incluso romperlo todo— para lo cual necesitamos poner los dedos sobre las yagas y cuestionar por qué en algún momento les dimos espacios a creadores que se beneficiaron del sufrimiento y qué estamos haciendo como sociedad para desmontarlo y destruirlo.
Ver todas las publicaciones de Corina Rueda Borrero en (Casi) literal