Queremos tanto a Rulfo


javier-gonzalez-blandino_-perfil-casi-literalMis palabras un día se me hicieron extrañas… y me callé.

Edmond Jabés

Sobre pocos autores se han escrito archivos incontables como todo lo que se ha escrito acerca de Juan Rulfo. Sin embargo, no voy a arrojar otra piedra al océano de su nombre. Mejor intentemos otra cosa: codiciemos su silencio. O, al menos, intentémoslo. Un escritor que, en plena ovación por su obra, abandona toda escritura y se lanza al mutismo voluntario, al ayuno. Un escritor en permanente fuga. Uno que pronto prefirió la vida plena a las ficciones literarias. ¿Podríamos pedir más?

De niño, «la madre le tapó los ojos para que no viera al abuelo colgado de los pies en el poste de un telégrafo; y después, las manos de la madre tampoco lo dejaron ver al padre agujereado por los balazos». En el orfanato en el que transcurre a tientas su niñez nacerá también aquella pena suya sin nombre, y ese silencio extenso que lo cubriría todo como una mortaja, tan largo como alcanzarán a ver sus propios ojos. Juan Rulfo será siempre ese niño orillado por fantasmas que se le parecen.

Luego dijo todo lo que tenía que decir en poquísimas páginas: dos libros de puro hueso sin grasa. Luego se mantuvo por tres décadas tomándole el pelo a la crítica literaria sobre un tercer libro que nunca llegaría. Luego, argumentos elaboradísimos: una novela en tránsito; otra echada a la chimenea; una más en borrador. Tenía siempre una versión convincente para cada periodista. Tenía siempre a la mano tiernas y divertidísimas mentiras como distractores para alejar a los que trataban husmear en su escritura. Luego dijo que no tenía el tiempo suficiente para escribir como quisiera por su trabajo en el Instituto Indigenista de México; y para tener ese tiempo necesitaba de una licencia «y uno no puede ir al médico y decirle: “Me siento muy triste”, porque por esas cosas no dan licencia los médicos». Luego hablaría de cualquier cosa menos de su otro libro. Quizás esa extraordinaria telaraña de ficciones que tramó durante todos esos años sea ese otro libro que nunca publicaría.

Luis Harss lo entrevistó en el vestíbulo de un hotel mexicano. La conversación apenas si duró una hora. Rulfo se mostró todo el tiempo huraño e incómodo, a punto de ponerse en pie y salir corriendo. «Garabateaba en el aire con sus manos pálidas, lanzándose al monólogo compulsivo de un hombre tímido, hilando ideas desconectadas que acaban todas en silencio. Una y otra vez la conversación decae y se apaga».

Finalmente, Eduardo Galeano metaforizaría el exilio a la escritura con estos versos irrepetibles: «Juan Rulfo, narrador de los infortunios de los vivos y muertos, ha publicado únicamente una novela corta y unos pocos relatos. Y desde entonces guarda silencio. O sea, hizo el amor de hondísima manera… y luego se quedó dormido».

Sea, entonces, este breve texto como otro silencio al pie de su sueño.

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