En este punto ya casi se ha esfumado la presencia de Anonymous en los Trending Topics globales. El 28 de mayo la agrupación de hacktivistas resurgió con un video en su cuenta de Facebook dirigido al departamento de policía de Minneapolis. Con el dramatismo y la gravedad que uno esperaría de cualquier blockbuster de Hollywood, la infame máscara de Guy Fawkes recita (con la voz digitalmente distorsionada) una serie de amenazas y «verdades» sobre el departamento policial, así como promesas de justicia «en el nombre del pueblo». Acto seguido, Anonymous procedió a bloquear las comunicaciones radiales de la policía estadounidense con música de hip-hop, evitando que las unidades de patrulla llegaran a las protestas por la equidad racial.
Simultáneamente, cientos de perfiles sociales recién creados comenzaron a divulgar las denuncias de los hacktivistas. Junto con el video, Anonymous soltó una serie de «documentos» incriminatorios, que más bien pueden describirse como capturas de pantalla sin referente, contexto ni alta resolución.
Insistiendo que Twitter y Facebook estaban «eliminando los contenidos para encubrir la verdad», estos perfiles circularon versiones cada vez más distorsionadas e indescifrables de la información. Los contenidos en cuestión incluyen fotografías viejas de Donald Trump manoseando adolescentes, la grabación de la última llamada de Michael Jackson y testimonios que desmienten las prematuras muertes de Lady Diana, Paul Walker y Avicii. Pero ninguna revelación impactó tanto como el little black book de Jeffrey Epstein.
Presuntamente, el documento data de 2015 y reúne los datos de los miembros de Lolita Express, un servicio creado por Epstein para traficar niños y adolescentes como entretenimiento sexual en fiestas privadas. Saltan a la vista nombres de celebridades como Naomi Campbell, Tony Blair, Bill Clinton, Mick Jagger, Dustin Hoffman, el Príncipe Andrew y Phil Collins. En el lado menos sorprendente se suman Kevin Spacey, Woody Allen y el presidente Donald Trump.
Ahora bien, Epstein fue condenado a prisión por tráfico de menores en julio de 2019. La investigación ha contactado a 80 víctimas, pero se sospecha que la cifra real sobrepasa los miles. Él apareció muerto en su celda menos de una semana después su condena. Muy pocas personas creen que se haya tratado de un suicidio y, aunque esta teoría ya se convirtió en parodia, no deja de evidenciar cómo el dinero y el prestigio pueden limpiar y pulir la historia.
Idealmente, ahora estaríamos teniendo una conversación sobre la ubicación de las otras víctimas de tráfico y la persecución de los criminales involucrados. Estaríamos hablando sobre la deconstrucción de nuestros propios prejuicios racistas y nuestra explotación del privilegio racial. Pero la tendencia que realmente saturó las redes combinaba «mensajes ocultos» en los videos de Justin Bieber y Avicii con los memes para insultar a los policías.
Esa es la fatal debilidad de Anonymous: no se trata de justicia sino de escándalo. A la fecha no existe un caso de persecución legal con base en las acusaciones de los hackers. Decenas de los perfiles «mensajeros» han desaparecido de Facebook y Twitter, y no hay un argumento consistente ni para reformar a los policías racistas ni para condenar a los famosos pedófilos.
Y así, queridísimos, se muere la Revolución: con una avalancha de likes sin remitente.
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