El cuadro vacío


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Tengo una especie de hobby que consiste en visitar al menos un evento cultural cada semana. Así es como suelo terminar en extensas charlas sobre las cualidades del ron o la cuarta revolución del desarrollo humano, y como suelo hacerme de amistades auspiciosas. Esta semana el evento afortunado fue la Colectiva de Arte Junkabal, acontecimiento anual destinado a la caridad pero enfocado en la curaduría de primer orden. Este año varios artistas tenían la tarea de ilustrar una frase del vernáculo guatemalteco y he de decir que me sorprendió la manera peculiar (y con este adjetivo quiero decir «tan alejada del cliché y la cursilería comercial») en que la mayoría lo abordó.

Pero entre de la maravilla visual que garantiza la Colectiva Junkabal me encontré con uno de los artistas invitados y escuché una apasionada conversación sobre una de las mayores críticas que recibe. Estoy bastante familiarizada con su trabajo, así que lo resumiré así: es la clase de obra que hace que la persona promedio exclame «yo podría pintar eso también». Y talvez fue la energía positiva que facilita el Chardonnay de cajita o acaso el entusiasmo que reúne un autor alentado por sus detractores, pero creo que finalmente comprendo la belleza y necesidad que poseen cuadros geométricos que cualquiera puede hacer.

Imagina que estás frente a un lienzo en blanco. ¿Qué vas a hacer? Puedes pintar todo el fondo de celeste para simular el cielo de una ciudad sin smog, con todo y la esquinita donde un semicírculo te simula el sol. Puedes pintarlo de negro para simular la noche estrellada y uno de esos paisajes marítimos llenos de tormenta que solo has visto en las películas. O bien, puedes empezar a dibujar varias flores y frutas de la manera que imaginas que deberían almacenarse, preferiblemente en una mesa de artesano junto a una yarda de seda y un jarro de cristal. Esa es la clase de gente que pinta decoraciones.

Pero ahora imagina a alguien junto a ti, también frente al lienzo, pero peligrosamente concentrado en lograr el tono de ámbar que tenían los ojos de aquél chico en su fiesta de quince años. Imagina que forma un perfecto círculo con el ámbar, coronado con un triángulo en el amarillo pálido en su vestido más un cuadro púrpura que ilustra las orquídeas de su ramo. En el fondo todo es blanco como las luces estroboscópicas. No hay nada más en el lienzo, pero está bien porque el propósito del cuadro no es representar ese momento tan perfecto antes de cortar el pastel sino la fugaz memoria que insospechadamente vuelve para que uno no olvide cómo se siente la felicidad. Caótica, imprecisa y sumamente personal.

Por ratos entiendo por qué tanta gente habla pestes del arte contemporáneo: miran la perfección del David de Miguel Ángel o la intrincación en un Goya, pero raramente piensan en la dimensión personal que acompaña cada obra. Y es irónico porque es justo lo contrario que sucede con la poesía. Les garantizo que hay más personas compartiendo los ridículos tuits del Guarromántico que versos de Petrarca o Quevedo. Quizá la verdadera sensibilidad del arte está en entender por qué lo hacemos en primer lugar, fuera de técnicas y estadísticas de alcance. Algunos todavía creemos que lo hacemos por amor o algo estúpidamente así de gratificante.

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2 Respuestas a "El cuadro vacío"

  1. Luis dice:

    Me siento mas culto por haber leido esto. Tuve que googlear estrambotico. No puedo creer que una pintura pudiera transmitir tanto pero leyendola siento que la pintura aun sin verla me transmitio un monton de cosas. Creo usted es mas sensible de lo que aparenta.

    1. Angélica Quiñonez dice:

      Ay, ya me pone a chillar. :3

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