Poor Things: la anti-Barbie


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Nada como la temporada de premios cinematográficos para descubrir a los intelectuales de cartón que nos rodean. Es la única vez en el año en que la gente se pregunta si está consumiendo el entretenimiento de altura y por unos días le presta atención al rol del arte en su vida. El cine —por naturaleza gregario y más accesible que las bibliotecas y los museos— es el medio perfecto para conocer la sensibilidad de cada año.

Dicho eso, una de mis diversiones más crueles esta temporada consiste en escuchar (o leer) las aterradas opiniones de la gente que entró a ver la última película de Yorgos Lanthimos con la expectativa incorrecta. ¿Acaso pensaron que era una parodia de Twilight con zombis? ¿Acaso se confiaron porque reconocen a los actores que también fueron protagonistas de varias películas de superhéroes? O ¿acaso es muy fácil engañar a la gente con la magia de la edición y la banda sonora luminosa de un trailer?

Poor Things (o conocida como Pobres criaturas en español) es quizá mi película favorita de Lanthimos. Trata de una mujer creada por un científico que trasplantó el cerebro de una recién nacida en el cuerpo de su madre moribunda. Bella Baxter, magistralmente representada por Emma Stone, descubre poco a poco la realidad de su cuerpo, su mente, su afecto y la relación de su identidad con el mundo que la rodea: por ratos ensoñador y alegre, y por ratos cruel e indiferente.

El director griego se distingue por las yuxtaposiciones entre la sensualidad y la lógica de sus personajes. Con diálogos lacónicos, premisas cínicas y giros absurdos —y a veces caricaturescos— en los tropos de cine tradicional, Lanthimos no es un director pop: difícilmente va a cautivar a tu amigo que cree que Christopher Nolan es el amo del cine porque hizo una trilogía de Batman tolerable.

Lanthimos tiene la tarea de incomodar a su audiencia y guiarla más allá de las tinieblas emocionales que ni siquiera Tim Burton se anima a atisbar. Sus películas son fantasías grotescas que rechazan la obviedad para explorar las verdades emocionales del ser humano.

Pequeñas criaturas (Poor Things) es una exploración de la sensualidad femenina desde la visión inalterada de la niña, libre de los prejuicios sociales, religiosos o culturales que se imprimen en la mente de la mujer. No tardaron en aparecer las críticas feministas que enmarcaron esta película como una validación de la pedofilia y una explotación de la sexualidad, sin reparar que: 1: la premisa del trasplante cerebral es biológicamente imposible; y 2: el propósito de Lanthimos no es sexualizar una condición mental, sino explorar las relaciones de poder que imprime el sexo opuesto sobre la mujer como sujeto (y no objeto) del afecto.

En todo caso, Poor Things es una metáfora más completa del rol de la mujer en las dinámicas madre-hija, padre-hija, amante-amada, artista-musa y hasta cliente-prostituta. Es Barbie, pero con la preocupación capital del amor antes del capitalismo. Pero Poor Things triunfa donde Barbie fracasa porque su protagonista está en control absoluto de su identidad y puede articular sus deseos y sus límites frente a cada hombre en su vida. Así, los personajes masculinos de Poor Things logran desnudar el carisma artificial de un Ken: son hombres tan imperfectos como deseados, tan cultos como estúpidos, y por eso más reales en su representación del enfrentamiento de los sexos.

Y por supuesto, hay que hablar del sexo en esa película, que parece ser la traumática fijación de aquellos que la escogieron como su primera cita. Poor Things no podría haberse relatado sin sexualidad. Stone interpreta el coito en un abanico de contextos escalofriantemente familiares para cualquier mujer: desde la lujuria a la vergüenza, pasando por la violencia, la ternura, la torpeza, la seguridad, la ira y la euforia. Hay suficientes comentarios ignorantes sobre la ninfomanía y la explotación en esta película, pero la realidad es que pocas veces observamos la dinámica de poder que confiere el sexo.

Por eso es tan importante que existan piezas incómodas de arte y artistas dispuestos a realizarlas. Nos gusta demasiado la comodidad de lo entendible, popular y bello, pero la verdad humana es menos plástica y fantástica (y por eso vale toda la maldita pena). Por eso Bella Baxter jamás jugó con Barbies.

[Foto de portada: Searchlight Pictures]

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