Con palabra de mujer (III): Victoria Urbano


Dlia McDonald Woolery_ Perfil Casi literalEl Ulises de La Odisea y ella tienen mucho en común: siempre he pensado que ambos han de estar conscientes de su propia leyenda. Ser «nadie» es la leyenda que los envuelve, y por su acta de nacimiento se sabe que Victoria Eugenia Urbano Pérez nació en Alajuela, Costa Rica, el 4 de junio de 1926. Es decir, entre la línea de cáncer y géminis, y su personalidad no se alejó mucho de esa tendencia al trabajo silencioso pero fructífero del canceriano ni de la doble visión de geminiano, pues fue poeta, novelista y cuentista, pero su mayor pasión fue el teatro. Es más: fue la primera mujer en Costa Rica que escribió un teatro inteligente, de fuerte preocupación social y cuestionamiento a la identidad. Ejerció una crítica aguda al machismo y al sistema patriarcal, y entre otros valiosos rasgos, fue dueña de una composición innovadora, bastante ingeniosa para la época.

Pero una leyenda inicia en alguna parte, y la suya tuvo origen en una San José de Costa Rica durante la década de 1930, años que fueron dorados para muchos pero no para quienes los vivieron. Existió un fantasma de ojos azules y oscura cabellera que volvió del olvido para cantar con melódica voz de ángel —cantar, no contar— la historia de las poetas costarricenses que durante un tiempo no tuvieron voz, y mucho menos un nombre.

No sabremos nunca si Victoria Urbano tuvo hermanos o quién haya sido su pareja de vida porque, por elección popular o decisión propia, todo rastro suyo fue borrado del conocimiento cultural del país. Su leyenda podría ser un tema de novela que reúne ingredientes suficientes como para un bestseller. Se cree que su nacimiento fue producto de una relación incestuosa entre hermanos. Su padre fue de origen español y se dice que su madre fue pariente de Leónidas Pacheco, uno de los primeros juristas nacionales y que a su vez tuvo parentesco con el padre de Yolanda Oreamuno. Lo cierto es que nadie conoce el origen real de Victoria Urbano, aunque sí es probable que haya crecido en una cuna de oro.

Estudió en el Liceo de Señoritas unos años después que Yolanda. Conoció los mismos pasillos literarios y desarrolló ideas parecidas a las de ella, adoptando la misma mirada crítica con la que Oreamuno refutaba tanto a la sociedad de entonces. En Victoria siempre existió una  afrenta por la paternidad y la maternidad vergonzosa; me parece así por la única obra de teatro que sobrevivió al eterno anochecer del olvido: El fornicador, escrita alrededor de 1950 cuando ella tendría poco más de veinte años. Este texto sobreviviente estuvo escondido en alguna parte hasta que en 1988, cuatro años después de la muerte de su autora, fue llevado a escena en Houston, Texas, por la también dramaturga y poeta costarricense María Bonilla. Fue hasta entonces que se descubrió que Victoria Urbano escribió algo distinto a la propuesta escénica de mediados del siglo XX, compuesta básicamente por obras francesas contemporáneas.

Respecto a esta obra, que al menos yo no he vuelto a encontrar por ninguna parte —existe una copia de acceso restringido en la Universidad de Costa Rica—, María Bonilla alguna vez dijo lo siguiente:

«A Urbano, El fornicador le salió de algún lugar del corazón con un lenguaje muy de avanzada, producto de su sentido crítico y audacia intelectual. Esta pieza de teatro se arraiga en la historia y en el ser del costarricense. Se trata de una obra de compleja estructura, un espejo roto por el balazo de un político donde nuestra verdadera imagen, la que está detrás de nosotros mismos, puede empezar a dejar de ser clandestina. Es la transformación de una ciudad neoclásica, educada y sensible que da paso a un mundo de violencia y pachuquismo de hombres que solo ven a las mujeres para servirse de ellas […] Un texto sorprendente para la época en que fue escrito porque no es realista y a la vez posee un lenguaje absolutamente teatral y poético, escrito en un tiempo donde lo que se presentaba en nuestro país eran zarzuelas».

La misma Urbano dio indicios de la existencia de dos obras dramáticas posteriores: Agar, la esclava y La hija de Charles Green, que nunca fueron publicadas y que ahora están perdidas. Al igual que Yolanda Oreamuno y Eunice Odio, a Victoria Urbano nunca se le permitió publicar en Costa Rica, razón por la que también se fue del país antes de que la marginación, el desconsuelo y demás factores le hicieran mayor daño. Al igual que ellas, Victoria nunca vio hacia atrás luego de salir al exilio.

Poco tiempo después de escribir El fornicador fue a España a doctorarse en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid. Allí publicó el ensayo Platero y tú (1962), antes de migrar a Estados Unidos. Escribió crónicas de naturaleza costumbrista tanto en España como en Estados Unidos. En la nación norteamericana fue fundadora y presidenta de la Asociación de Literatura Femenina Hispánica, representante del Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad de Texas y vicecónsul de Costa Rica en Houston. Colaboró en una gran cantidad de revistas y diarios estadounidenses, y entre otras distinciones obtuvo el Premio del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid (España, 1968), el Premio León Felipe de Literatura (México, 1969) y el Premio Fray Luis de León (España, 1970). Además fue catedrática de Literatura y Lengua Española en Lamar State College of Technology (Texas, Estados Unidos), donde fue premiada en tres ocasiones por sus ensayos de crítica literaria y se le distinguió con el título vitalicio de Profesora Regente.

Victoria Urbano fue la causa principal de que autoras como Yolanda Oreamuno, Eunice Odio y hasta Carmen Naranjo fueran reconocidas dentro de la literatura costarricense y centroamericana.

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