El comienzo de El Principito


Nora Méndez_ Perfil Casi literalSiempre que un libro me encuentra, me pregunto por su comienzo. Me sucedió al leer Cien años de soledad: había algo en el ritmo que me alertó y que luego constaté con El Quijote en mano: Gabriel García Márquez estaba rehaciendo la mitología de su estirpe, y con ella, el panteón mítico latinoamericano. Con aquel inicio casi calcado ―«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo»― le dio la espalda a Homero para agradecerle el lenguaje a Cervantes.

Uno de los comienzos que me tuvo intrigada desde la edad de siete años corresponde a la obra más universal de nuestros días escrita por el conde Antoine de Saint-Exupéry, la más leída después de La Biblia aun cuando solo lleva 76 años de haber salido por primera vez de la imprenta.

La edición de El Principito que conservo desde niña es hermosa, con dibujos acuareleados en tonos grises. La lectura y las ilustraciones tienen una correspondencia casi natural. Como era normal, por aquellos años no tenía ni idea que la obra tenía que ver con El Salvador y una salvadoreña llamada Consuelo Suncín, o que el Asteroide B-612 bien podría tratarse de Antigua Guatemala. Recibí el libro sin mayor preámbulo y quedé hechizada. No reparé en algo sino hasta cumplir treinta años, y es que la bufanda del Principito es como una réplica de su amigo el zorro. Después de algunos años de relectura y encuentros fortuitos, he llegado a notar muchas más cosas. Recuerdo ―como todos― el dibujo inicial de aquella boa con un elefante en la barriga y que los mayores insistían en ver como a un sombrero. Aquel inicio ―que hace alusión a una boa que se traga a su presa entera sin masticarla― siempre me pareció por lo menos curioso:

Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba «Historias vividas», una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.

En el libro se afirmaba: «La serpiente boa se traga su presa entera, sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura su digestion».

¿Por qué Saint-Exupéry habrá elegido un inicio que, además de brillante, lo lleva a uno de la mano por su propia imaginación? ¿Habrá sido testigo de algo similar cuando fue niño? Quién sabe. Sin embargo, estimo haber encontrado la respuesta hace unos años en un viejo adagio tailandés que reza de la siguiente manera: «Un hombre insatisfecho es como una boa que intenta tragarse un elefante».

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