Muchos años antes de leer El lugar sin límites, leí la Historia personal del Boom, de José Donoso. Recuerdo haber publicado un artículo a propósito de ese libro, pero olvidé en dónde y ahora tampoco tengo ganas de buscarlo. Aquello ocurrió incluso antes de que existiera mi columna en esta revista, pero aún conservo algunos recuerdos de aquella lectura.
Donoso le dedica varias páginas a su primera estancia en la Ciudad de México a principios de la década de 1960, pero no recuerdo si en la casa de Carlos Fuentes o como vecino de él. Además de rememorar el círculo intelectual cercano a Fuentes en aquella época, explica su proceso de elaboración de una novela: la concepción de la idea, su recurrente falta de inspiración, sus tachones y borradores descartados, sus divagaciones y su tan ansiada culminación. Lo que llama mi atención es que describe todo el proceso con tal meticulosidad que yo pensé que se trataba de un novelón de 500 o 600 páginas, un mamotroste, como les llama Leo De Soulas.
Aquella primera novela en México fue El lugar sin límites. Y contrario a lo que la Historia personal del Boom me hizo pensar, no es un «mamostrote» y apenas pasa de las cien páginas.
Cuenta la historia de la Manuela, una mujer trans que desde siempre fue víctima de acoso y al parecer tiene una filia malsana por sus abusadores. Un día, la Manuela llega a dar un show de baile español al prostíbulo de un pueblo recóndito y olvidado por Dios, lejos de la civilización pero con altas expectativas de progresar. La propietaria del antro era la Japonesa y para esa noche había organizado un espectáculo en honor a don Alejo, el nuevo diputado electo por el pueblo. La Japonesa y don Alejo —quien además era el dueño de casi todo el pueblo, incluyendo la casa donde se alojaba el prostíbulo— hicieron una apuesta: si la Japonesa «hacía hombre» a la Manuela enfrente suyo, don Alejo le regalaría la casa donde se alojaba el prostíbulo.
De este punto parte la historia que cuenta El lugar sin límites. La narración toma matices sociales cuando el pueblo, que alguna vez pintaba para ser próspero, poco a poco va perdiendo el interés por parte de las autoridades gubernamentales hasta el punto de convertirse en un lugar del que todos quieren largarse, excepto una heredera muy cercana a la Manuela que no pierde la fe en aquel lugar, acaso empeñada en cumplir los anhelos de su madre.
Mientras leía, a veces me daba la impresión de que Donoso quería forzar un folklor de pueblo y barrio-bajo que no le salía natural y no beneficiaba en nada a la lectura. Siento que a veces juega a imitar la sencillez de Rulfo, pero otras, el complejísimo barroquismo de Carpentier. En parte, siento que esto le restó verosimilitud. A pesar de que la historia se desarrolla en un lugar ficticio dentro de un contexto evidentemente latinoamericano, nunca supe si imaginarlo en México, Chile o el Caribe. Los personajes tenían expresiones muy mexicanas, pero a veces también se les iba un ¡diay! chileno. A veces tomaban mate y a veces solo parecían conocer el ron, aunque todo se desarrollaba cerca de un viñedo.
Todo esto provocaba que El lugar sin límites se me presentara a veces como una novela criolla sudamericana de principios del siglo veinte, pero otras como un mexican western de Pedro Infante de la década de 1950. Sé que algunos lectores podrían traducir todo esto como parte de la versatilidad de Donoso para crear atmósferas únicas, pero fue lo que yo más detesté del libro. En vez de encauzar todo en una sola vertiente semántica tomó el río completo y en ese sentido el resultado fue desastroso, sobre todo al inicio. Quizá no supo medir la vastedad simbólica que tiene Latinoamérica como universo, donde, a pesar de tener cosas en común, jamás será lo mismo una atmósfera chilena que una mexicana.
No obstante, me parece que el mejor logro de El lugar sin límites consiste en haber abordado un tema sensible para cualquier realidad latinoamericana, incluso actual. Para cuando Donoso publicó la novela en 1966, la homosexualidad ya no era un tema tabú en la literatura, pero la transexualidad era (y sigue siendo) un concepto más difícil de asimilar (aunque él no fue el primero: antes de Donoso, Juan Carlos Onetti publicó un magnífico cuento que también aborda este tema: «Mañana será otro día»).
A partir del destino la Manuela, la novela expone la transfobia y homofobia como condiciones intrínsecas de los seres humanos, capaces de relucir en cualquier momento. Sin embargo, en cuanto a este asunto incómodo yo sigo pensando todo lo contrario: que se trata de una compleja y egoísta imposición cultural que se hereda de padres a hijos. Pero ese ya es otro tema.
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