En Costa Rica hay oleadas xenofóbicas que se levantan a raíz de las migraciones masivas de nicaragüenses y venezolanos al territorio nacional. Como secuelas de la campaña política pasada, la población se polariza y se crispan los ánimos. Hay temor ante el aumento de la disparidad social, la violencia y el clima de incertidumbre económica, que vislumbra una recesión. Todos estos asuntos son parte de la crisis que atraviesa el país, y sin embargo, todavía es un buen país para vivir.
Las burbujas que se inflan a través de las redes sociales a menudo demuestran ser un desahogo para las personas. No es necesario caer en clichés para demostrar la resolución que la gente tiene para salir adelante, basta con constatarlo día a día. Contribuir a climas de desesperanza hace más daño de lo que pensamos y nos hace caer en la inacción cuando los retos se nos presentan y requieren determinación.
Las buenas señales siempre existen. Abrir un tubo y poder beber agua en casi cualquier lugar del territorio costarricense es algo que a menudo pasa desapercibido y sin embargo es absurdamente privilegiado. Las multitudinarias marchas que se oponen al odio son otro ejemplo de voluntad de las personas para luchar por un mejor futuro. «Un país que abraza a sus migrantes es un mejor país», nos recordaba la Oficina de Migración y Extranjería; abrazar la inmigración como parte absoluta de nuestra identidad nacional es algo que a menudo olvidamos, un país que siempre ha abierto sus puertas los vecinos cuando las diversas crisis han golpeado a sus países o los gobiernos han perseguido a sus ciudadanos. Costa Rica siempre ha abierto sus puertas a ciudadanos de todos lados y ellos, de una u otra forma, han aportado a la construcción de un mejor país.
Las dificultades son apremiantes y los discursos de conformismo o superioridad deben ser erradicados, no podemos permitir la destrucción de lo que nos hace mejores seres humanos. En estos tiempos no podemos dejar de lado la parte más básica a la hora de solucionar problemas: el diálogo. Incluso cuando las opiniones difieren completamente de la nuestra, es necesario saber escuchar, entender y construir empatía porque señalar no es, precisamente, la solución a los problemas. La parte más difícil siempre ha sido escuchar, quizá porque en el fondo tenemos miedo a saber que no siempre tenemos la razón y aun en circunstancias extremas tememos pedir perdón por no ver el panorama más amplio, por no calzarnos los zapatos del otro, por emitir un juicio de valor que descalifica a otro ser humano basados solo en nuestra propia cosmovisión.
El futuro siempre ha estado en nuestras manos, desde que nos involucramos activamente en política y obras sociales hasta cuando nos oponemos a discursos que provocan incertidumbre y odio, pero también cuando realizamos la introspección, tanto al leer y absorber cualquier tipo de información como al exteriorizarla. Somos animales sociales y no podemos subestimar el impacto de un mensaje en otra persona o en nosotros mismos.
La única forma de salir de esta o cualquier otra crisis residirá en nuestra capacidad para recordar que un mejor futuro no solo depende de nosotros como individuos, sino de nosotros como población, como parte de un todo.
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