Hablar de teatro guatemalteco es hablar de varias Guatemalas. Ya se lee en el Rabinal Achí, cual premonición, que el terruño cada vez menos maya iría en declive hasta rozar los límites del esperpento. Esta premisa sencilla ha sido el punto de partida de la pulsión creativa de notables dramaturgos entre los que destaca María del Carmen Escobar, autora de la pieza en tres actos de teatro costumbrista La gente del palomar. Esta semana, mi columna ofrece su espacio al análisis e interpretación que las estudiosas del teatro guatemalteco Ilina Muñoz y Marysabel Méndez hicieron respecto a la obra más aplaudida de Escobar.
Rubí Véliz Catalán
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El 30 de septiembre de 2014 los medios de comunicación titulaban el asesinato de una de las hijas predilectas del teatro guatemalteco del siglo pasado. En apariencia, el móvil del crimen fue un asalto al domicilio, aunque bien pudo ser un asunto personal dado que la policía recibió la noticia a través de una llamada anónima. La víctima: María del Carmen Escobar, autora de la pieza teatral costumbrista La gente del palomar.
Los méritos de esta actriz y dramaturga son numerosos. Destaca su producción teatral llevada fuera de las tablas. Despuntó en Radio Ciros y con el tiempo la TGW le cedió un espacio dedicado a la radionovela guatemalteca del momento. Como toda carrera en ascenso, María del Carmen gozó de menciones honoríficas en las categorías de teatro y cuento de los Juegos Florales Centroamericanos de Quetzaltenango. Actuó en casi cincuenta puestas en escena.
En La gente del palomar aborda temas que siguen siendo el pan diario de una sociedad costumbrista y acostumbrada a la miseria: la degradación social, la violencia intrafamiliar, la prostitución, la delincuencia, la pobreza y la falta de vivienda confluyen como panoramas habituales de un grupo de personas amontonadas en cajones habitacionales malolientes donde la penuria es el denominador común.
Esta pieza teatral está ambientada en la Guatemala desposeída de la década de 1960 aunque bien podría tratarse de cualquier país latinoamericano golpeado por las dictaduras, los crímenes de Estado y las guerras civiles. Sus personajes pertenecen a familias acorraladas en la escasez y la mugre. A la fecha, es decir, desde el estreno de la obra, han pasado cincuenta años, pero pareciera que el tiempo no pasó para cierta porción de la ciudadanía guatemalteca que sigue despertando entre despojos. El escenario es el mismo, con nuevos personajes. La gente del palomar es otra de las caras de nuestra moneda devaluada y prostituida. El sueldo mínimo es insuficiente, la tasa de desempleo es una cifra roja que alimenta a la delincuencia, la prostitución y las actividades informales que solo dan para sobrevivir. Esto significa que en Guatemala hay un acercamiento a la obra de María del Carmen Escobar a través de nuestros escenarios de todos los días, donde abundan los contrastes perniciosos. Y aunque se podría imaginar que entre quienes viven en condiciones similares surge la solidaridad, nada de esto ocurre. No hay empatía hacia quien es arrojado más allá de la marginalidad.
Hay que destacar que María del Carmen Escobar vivió en un palomar. Este hecho la llevó a oler la inmundicia de cerca y llevar a las tablas aquel panorama nutrido de vivencias. Construyó con ello un monumento a la derrota del infortunio material, espiritual y moral, auspiciado por una cadena de gobiernos nefastos y por la degradación de la condición humana, todo en pequeños cuadros costumbristas donde la autodestrucción se construye con las carcajadas que produce el escarnio que representan los personajes por medio de un lenguaje coloquial, elemento que le da calidez y verosimilitud al texto.
Es, a grandes rasgos, un teatro real para un espectador real, donde la esperanza y el entusiasmo son aniquilados por la crudeza del entorno social y donde la explotación infantil es un medio para múltiples fines. La gente del palomar sobrevive porque sus grandes temas siguen vigentes. No queda otro camino; no para la gente del palomar.
Así pues, María de Carmen Escobar es un referente del teatro guatemalteco del siglo XX. Triste es que la escena teatral guatemalteca se limite a llenar los teatros con estudiantes que presencian puestas en escena reducidas a expresiones mediocres donde lo que menos importa es la valoración estética y crítica de lo leído y/o presenciado.
El espectador, y sobre todo el espectador joven, necesita formarse en la crítica y el análisis. La vida del guatemalteco del otro lado del barranco necesita más que chistes denigrantes. Es necesario exigir un teatro que no quede en puro entretenimiento banal y sinsentido.
Sirvan estas modestas reflexiones como un homenaje a María del Carmen Escobar; a su vida, a su obra y a su muerte doliente.
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