Facebook y la censura del siglo XXI


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literal«Todo escritor moral se autocensura». De esta forma el Ministerio de Información español de la época de la censura franquista, que inició en 1939, se limitó a decirle a 210 intelectuales —que mostraban una exasperación intensa ante el sistema— que «todo lo que podía ser permisible para una selección, podía ser nocivo para la mayoría». Lo que no deja de llamar la atención es el parecido que tiene todo lo anteriormente descrito con la realidad en plena era de la información de este siglo XXI.

El mundo no ha dejado de estar convulsionado. La censura está a la orden de lo políticamente correcto en estos días en los que la sociedad se vuelve cada vez más intolerante —como la retratada en la España franquista o en la Alemania nazi— aunque la gente se rasgue las vestiduras indicando lo contrario. En lugar de que la realidad y la historia sean la columna vertebral del futuro, para no repetir los mismos errores hay una tendencia a negarla, viéndola con los ojos del presente. ¿Puede un hombre del siglo XXI juzgar a uno del siglo II?

De tal forma el que escribe sobre la esclavitud, sobre cierta raza o una determinada condición social, por ejemplo, puede ser tachado de racista y puede ser censurado aunque el racismo haya ocurrido realmente y exista aún. Por eso la literatura que hoy está de moda es la que trata de «incluirlos a todos», la que no quiere que ningún grupo de los que actualmente existe —como si no fuéramos todos seres humanos— se sienta mal. Pero ¿cuál es la realidad? ¿No sería mejor retratar las historias verdaderas de personas y no de etiquetas cuando de injusticias se trata? ¿No es acaso menos hipócrita dejar de agradar? Lo mismo pasa con el cine. Paradójicamente, son las películas que develan la realidad sin tapujos las que se ganan los premios.

El «problema» con la realidad es que no tiene interés en agradar a nadie y el problema con la sociedad actual —pareciera que es una tendencia mundial— es que no ha parado de uniformar el pensamiento humano para intentar cambiar dicha realidad; cosa que a simple vista pareciera una labor loable y hasta lógica. Debajo de la superficie dicha militancia social solo sirve para llamar la atención de una colectividad que compra la versión que mejor le venden en Facebook.

Dice Juan Goytisolo en El furgón de cola (1982): «En una sociedad en la que las relaciones humanas son profundamente irreales, el realismo es una necesidad». Y es que las redes sociales se han vuelto en cada país uno de los poderes del estado ya que han llegado a sustituir incluso el papel de la prensa tan históricamente censurada por intereses políticos, líneas de pensamiento y hasta patrocinadores. Pero en esta era de la «libertad expresión» son las redes sociales las que envían personas a la cárcel o dilapidan carreras porque lo que no se «debe» decir, no se puede decir.

Entonces la censura actual no impone los temas, solo manifiesta su crítica o apego de acuerdo con la agenda del momento. Por ende, el papel del escritor en nuestros días se puede diferenciar siguiendo el esquema goytisoliano entre el enfermo (el que analiza lo anteriormente expuesto e intenta pensar diferente a la masa) y el sano (el que repite las frases enlatadas y luego las publica en un libro con algún título pomposo).

Es por eso que en el siglo pasado muchos escritores, tanto europeos como latinoamericanos, utilizaron la realidad como forma de evadir la censura. ¿Será esa la fórmula que necesitamos en este siglo contra la unilateralidad, la desinformación informada y el reaccionismo desmesurado? Esperemos que algún día dejen de existir las censuras y prevalezca el entendimiento de la libertad y del respeto. Que la identidad que impere no sea otra que la de ser humano.

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