Aquel día, sin una infraestructura planificada, sin una planta docente organizada, sin un material preparado y con menos de veinte alumnos inscritos, nació la Universidad de El Salvador. Desde entonces han trascurrido 178 años desde ese 16 de febrero hasta hoy y la UES ha sobrevivido a guerras, golpes de Estado y cambios a la Constitución.
Esta ha sido una institución que pese a su precario presupuesto siempre ha luchado por edificar las bases de una sociedad más justa. Es el alma máter de muchos de los grandes pensadores salvadoreños, la cuna de los mejores médicos y la casa formadora de miles de profesionales. Por sus aulas han pasado Roque Dalton, Alfredo Espino, María Isabel Rodríguez y Fabio Castillo Figueroa, entre otros, y en ellas se ha escrito la historia literaria y social del país.
La UES Tuvo una época dorada: durante el rectorado del Dr. Castillo Figueroa, entre 1963 y 1968, fue considerada una de las mejores de toda Latinoamérica con Medicina, su facultad insignia, al nivel de las mejores en salud de México y Argentina. Ha tenido años malos, la mayoría, con dificultades económicas para cerrar sus actividades anuales. Con apenas dinero suficiente para pagar salarios ha luchado por una patria más libre y se negó a morir una y mil veces, sobreviviendo a cierres forzosos, o arrebatos de autonomía, campañas de desprestigio e intervenciones militares, todo por cumplir su misión de educar a un pueblo perdido, desorientado y, en muchas ocasiones, carente de identidad.
Una casa de estudios que luchó toda su historia para logar la gratuidad, que ofrendó la vida de maestros, rectores, intelectuales y estudiantes para lograr alzar la voz en los tiempos más oscuros de El Salvador, que dio un grito de esperanza que ni el silencio ni la indiferencia pudrieron ahogar.
Con sus logros, sus fracasos, sus años de gloria y sus tiempos de miseria ha sobrevivido al paso del tiempo, presenciando los hechos de armas más importantes y, muchas veces, como aquel 30 de julio, los ha sufrido directamente. En sus pasillos figuran los rostros de sus héroes, que silenciados observan a todos los estudiantes a quienes les dejaron un legado insuperable. Su grandeza reposa en el saber de una institución imperfecta y repleta de errores, que se equivocó, se equivoca y se seguirá equivocando, pero que, pese a sus defectos, ha estado en primera fila para defender a aquellos con quienes ha sellado su destino: los salvadoreños.
Aunque para ello tenga que golpear a quien le asigna el presupuesto y decir la dolorosa verdad a quien no quiere escucharla, pues eso es lo que implica defender a quienes sufren la historia, no a quienes la hacen, como diría Albert Camus en su discurso del Nobel de Literatura.
Aunque no sea mi universidad preferida, ni congenie con la totalidad de sus principios políticos, ni me parezca la mejor actualmente, no puedo negar su papel en la historia y su importancia para el país; por eso, por lo que significa, por lo que ha sacrificado y por la sangre que ha derramado para sacar adelante el proyecto educativo más ambicioso nuestra historia, vale la pena desearle lo mejor y decirle a todos sus alumnos, exalumnos, docentes, trabajadores y exdocentes y extrabajadores que pueden sentirse orgullosos de ella, de lo que representa: la cuna artística, científica e intelectual más importante del país.
Por ello, querida Universidad de El Salvador, por otros 178 años más y «hacia la libertad por la cultura», hoy, mañana y siempre.
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¿Quién es Darío Jovel?