A finales de la década de 1990 tomé mis maletas, computadora y un centenar de libros y me fui a estudiar a Costa Rica, específicamente a la Universidad Nacional (UNA). Al principio fue una decisión bastante intempestiva pero luego racional.
Durante dos años estudié la maestría en Cultura Centroamericana y los tres siguientes el Doctorado en Artes y Letras, experiencia muy enriquecedora pues además de tener excelentes catedráticos, los compañeros, dos de cada país de la región, enriquecían las aulas con el conocimiento y vida de cada uno en sus respectivos países.
Debo decir que la vida extra-aula en Heredia llegó a ser, incluso, de mayor crecimiento para mí, pues poco a poco me sumergí en el mundo costarricense de la cultura y comencé a conocer y a leer a sus autores.
Antes de viajar yo había tenido contacto por e-mail con Carlos Cortés, Uriel Quesada y Rodrigo Soto. Ellos tres fueron incluidos, al igual que yo, en la famosa antología Líneas Aéreas, Páginas Amarillas, de la editorial española Lengua de Trapo. Me entusiasmaron sus textos, así que cuando supe que iba para allá, comencé a contactarlos para no llegar en cero.
Uriel no vivía en Costa Rica y terminaba un doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Tulane. De este autor yo había leído el libro de cuentos Ese día de los temblores y la novela Si trina la canaria. Afortunadamente, durante mi estadía coincidimos tanto en Cartago como en Heredia, en esta última ciudad en el bar Bulevar, a doscientos metros de la UNA, donde conversamos acerca de literatura centroamericana y armamos y desarmamos cánones. Aun hoy sigo leyendo sus obras y tengo presentes la novela El gato en sí mismo y el libro de cuentos Lejos, tan lejos, del cual tomé uno para la antología de cuento centroamericano que publiqué en la Editorial Piedra Santa.
Uno de los cuentos de Uriel que siempre me ha gustado y al cual vuelvo eventualmente cuando necesito comprender nuestra realidad centroamericana y la situación de los migrantes es «Elefante birmano», una genial narración en la que el imaginario colectivo de la inmigración está presente. Sabemos que una parte de la migración nicaragüense va hacia Costa Rica. En los cinco años que estuve por allá recuerdo que cuando se solicitaba a una mujer para trabajos domésticos, se pedía que fuera de Nicaragua. Muchas personas que conocí contrataban nicaragüenses para construcción y agricultura, entre otras áreas. También recuerdo que la política gubernamental era «amigable» con las nicaragüenses que podían tener acceso a la Caja de Seguros para maternidad y enfermedad entre otras. Por un lado, había discriminación y xenofobia hacia los nicaragüenses por parte de un sector de la sociedad costarricense, pero por otro también se les manifestaba protección y respeto por parte de universitarios y personas relacionadas con la cultura.
En el relato de Uriel, el protagonista es un elemento policial que se lanza a la persecución de un asesino nicaragüense. Mientras el policía va tras el malhechor trae al recuerdo un relato respecto a un miembro del ejército británico que fue directamente responsable del asesinato de un elefante birmano. Esta persecución-relación ofrece un panorama de la situación nicaragüense-costarricense que se vivía a diario y que, creo, aún se vive. El relato de Uriel es una metáfora magistral de distintos hechos ―algunos incluso de muerte― que han ocurrido a aquellos llegados de la tierra de Darío a suelo de Magón.
La vida diaria no es literatura sino la cruda realidad de ese amor-odio que se vive en ciertas esferas social-geográficas como la de aquellos dos países a ambos lados del río San Juan. El relato de Quesada ficcionaliza un mundo posible entre realidades imposibles.
Mi experiencia personal en Costa Rica está concentrada en sus autores, sus libros, su música y su pintura, aunque también en su geografía. Ya tendré tiempo de compartirles más en una siguiente entrega.
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¿Quién es Francisco Alejandro Méndez?