Kijadurías (II): entre palmeras y almendros, caminar con el poeta de Estados sobrenaturales


Francisco Alejandro Méndez_ Perfil Casi literalSalí con Kijadurías a caminar por la «Cintura cósmica» en Quezaltepeque, El Salvador; que en mi caso representa atravesar cuadras de cuadras de una colonia adornada con palmeras y almendros; casas con autos Kia Soul estacionados y mujeres fuertes preparando tortillas. Algunos pitbull ladraban a mi paso, pero se callaban cuando sentían mi complicidad perruna.

Caminé a pesar de mis trombosis, a pesar de la osteoartritis, pero avanzar calzado de tenis me ayudó a recordar momentos hermosos de la vida. Sin duda, el encuentro con el poeta Kijadurías ha sido de los más nutritivos para mi alma. Y es que conversar con un poeta de esa altura es verdaderamente un privilegio además de tomar vino, fumar y comer espléndidas bocas, como para terminar de alegrar el pecho.

Mientras atravesábamos un redondel —y si pudiera retratar el perfil del maestro utilizando sus respuestas al cuestionario Proust, podría escribir algo así como una trenza cruza por su espalda— Kijadurías me contó que de sus amigos admira la honestidad y que de la humanidad detesta la hipocresía. Es incondicional del talento y la belleza de las mujeres, mientras que de los hombres se limita a apreciar su humildad.

A pesar de vivir largo tiempo en Canadá a temperaturas muy bajas, la piel de Kijadurías estaba como bronceada por el sol. De su corazón salían palabras que expresaba con mucha conmoción, como que entre sus héroes están Rimbaud, James Joyce y Rubén Darío; aunque al hablar de narradores se inclina por Jorge Luis Borges, y que entre sus heroínas de la vida real destacan dos escritoras: Virginia Woolf y su compatriota, Claudia Lars.

Una gran sonrisa brotó de sus labios cuando me respondió que sus poetas favoritos —claro, durante diferentes momentos de vida— han sido Pablo Neruda, César Vallejo, Rubén Darío, Octavio Paz, T. S. Eliot, Ezra Pound y Dylan Thomas; y entre sus narradores, además de Borges, también admira la destreza inventiva de William Faulkner.

Entre la pintura —arte que el maestro ejerce— admira a Eleonora Carrington, a Pablo Picasso, a Salvador Dalí, a Joan Miró y a Rufino Tamayo. Y en cuanto a la escultura, no se la imagina sin Auguste Rodin, y la música no sería posible sin el cuarteto de Liverpool: Los Beatles. Como bailarina, Kijadurías admira a Alicia Alonso y como acompañante a Rudolf Nuréyev. Su dramaturgo es Samuel Beckett.

Kijadurías es admirador de todas las aves y todas las flores, y el color azul le genera paz. Su lema se asemeja a aquel de la década de 1960: «amor y paz». Si alguien aspira a ser en la vida, es precisamente él mismo. Su estado actual es de tranquilidad y quietud, y si muriera algún día, le gustaría que fuera en paz.

El maestro nació en Quezaltepeque en 1940. Además de ser poeta, es músico, pintor y artesano. Uno de sus poemarios más enigmáticos es Estados sobrenaturales, publicado en 1971 y reeditado por Falena Editores, en edición conmemorativa, en 2023.

Quizá uno de sus poemas más memorables sea el siguiente:

Los buenos servicios

En la penúltima estación bajamos juntos, tu saco olía a sopa fría.
Hablamos, entre otras cosas, de nuestro país y de las luchas por su libertad.
En la casa tu mujer nos sirvió arroz, frijoles fritos con crema
y una tortilla caliente.
Eras entonces un muchacho idealista, resuelto a todo.
Eras, digo, porque este día has venido a casa con tu asquerosa insignia
de policía secreto.

Sacudo los tenis y me preparo para la última entrega sobre este maestro. El reloj marcó 3 kilómetros recorridos y mi corazón dos poemarios de Kijadurías.

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