Una novela policial mexicana


Francisco Alejandro Méndez_ Perfil Casi literalUna de mis recientes lecturas fue la novela policial Érase una vez, del escritor mexicano Héctor Arreola Guzmán (Chihuahua, 1981), publicada por la editorial Artificios en 2016.

Tras leerla de un solo tirón y recordando lo que Edgar Allan Poe escribió respecto a que si uno se tarda más de una hora y media leyendo una historia de ficción es una novela, me quedó el sabor delicioso del tequila y de haber terminado de leer una hermosa y trepidante historia.

Su protagonista es Santos Mondragón, un retirado policía que trabaja como seguridad en un bar, pero que para ganarse unos centavos extras trabaja como detective privado. Como buen investigador, es un tipo rudo, solitario y tiene el tino de llegar hasta las últimas consecuencias con tal de resolver; un detective que me hizo recordar a algunos clásicos del género como el de la Continental (Dashiel Hammett), Marlowe (Raymond Chandler) o Heredia (Ramón Díaz Eterovic).

Mondragón vive con un gato tuerto llamado Pissken a quien alimenta con devoción y posee una camionetilla agujereada por las balas, pero como si portara un chaleco permanente, siempre sale airoso como gato panza arriba.

Érase una vez, tal y como inician los cuentos de hadas, inicia con la pregunta que Lola, una bartender, le lanza a Mondragón: «¿Tú crees que existe el príncipe azul?», la cual nos pone en alerta o, como dirían los críticos, nos mete en una isotopía que nos refuerza la idea de que la historia tratará o tendrá relación con este tipo de historias. Efectivamente, y regresando a la portada, observamos a una muchachita con una canasta y una capa blanca cual Caperucita posmoderna, perdida en un bosque de concreto y a la espera de un narco o un oscuro personaje disfrazado de lobo.

Mientras que Mondragón permanece alerta custodiando el bar y sacando borrachos, recibe una llamada telefónica de un colega que le cuenta sobre la desaparición de una chica y sus padres angustiados por dar con su paradero. La joven mujer se llama Greta, de unos dieciocho años, rubia de ojos verdes, rasgos finos y ataviada con un rompevientos rojo con capucha.

Durante el encuentro con los padres de Greta, el detective recibe de ellos el teléfono celular de la chica y se pregunta por qué no se lo llevaría consigo. Luego, Mondragón comienza a hacer llamadas a los números discados del registro telefónico hasta que logra contactar a Elvira, una muchacha gótica que lee novelas policiales. Esta chica, con el paso de los capítulos, se convertirá en una pieza clave de la investigación y atraerá a Mondragón. Elvira no sostiene un bidón de gasolina, sino una fuerza que no da tregua a sus deseos.

A partir de este punto la trama nos conduce a un mundo donde el narcotráfico y el sicariato que se han apoderado de alguna de las cuatro esquinas de cualquier ciudad latinoamericana, también han encontrado lugar en Chihuahua. Muy bien podría decirse que hay que agregarle pimienta y sal a la narración con aquella clásica de sexo y rock, solo que en este caso se cambia la segunda por tequila.

Con una investigación muy bien planteada y a partir de uno de los cuentos clásicos, Arreola construye un texto trepidante con las características de un policial de la década de 1930, de aquellos conocidos como de línea dura pero ubicado en un mundo en el que la posmodernidad ya no es una opción sino una imposición de la lucha entre cárteles, la depresión familiar y la desesperanza.

Esperamos más de Mondragón para seguir regocijándonos con la novela policial mexicana.

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