Las letras y el compromiso (mucho más allá de romanticismos)


Sergio Castañeda_ Perfil Casi literalCuando se habla de la categoría de “escritor comprometido” inventada por Jean Paul Sartre, la polémica y los diversos puntos de vista brotan por todas partes. ¿Pero qué es ese escritor comprometido según el filosofo francés? Es aquel escritor que se da al ejercicio de comprometer sus textos a las coyunturas de su tiempo, a las problemáticas estructurales en las que se ve inmersa la sociedad de la que inevitablemente forma parte, es un escritor que no es ajeno a su tiempo y su entorno.

Eyectados a un mundo inmoral y dedicados a la vocación de escribir, la tarea para quienes comulgan con la idea del compromiso es realizar algo a través de las letras para que sea menos inmoral este mundo que habitamos. Se tiene que aclarar, apreciado lector, que la propuesta del escritor comprometido no olvida de ninguna forma a la estética, la cual debe permanecer siempre dentro de los textos que realice este.

El panfleto, que no es lo mismo que las letras comprometidas, es una herramienta que prioriza el punto de vista activista  sobre el artístico. Tal y como lo entiendo, se debe estar siempre a favor de la buena literatura, es decir, el compromiso debe de ir de la mano de ésta. Ahora bien, durante los tiempos hay diversas circunstancias que llevan a sacar medidas urgentes y es  debido a esto que es primordial analizar la historia desde sus causas y consecuencias, (totalmente contrario a la escuela positivista); y es durante los años ochenta en Guatemala cuando surge con gran fuerza, debido a la dura coyuntura del momento (conflicto armado interno), un tipo de poesía panfletaria, la cual desde mi percepción, dadas las circunstancias era totalmente necesaria y obligada. Pero no todo fue panfletario en ese momento; escudriñando los textos de aquel entonces podemos encontrar literatura de un alto valor estético y un tremendo compromiso que fue incluso más allá de las letras.

En un país como Guatemala, donde los tiempos oscuros son prácticamente todos, donde las injusticias y desigualdades económicas, sociales, culturales, políticas, de género, etcétera se dan constantemente, han surgido, consecuentemente, escritores o escribientes sensibilizados y hartos de la cantidad de flagelos de su tiempo y de la historia. Únicamente hablo de los consecuentes y que congruentemente entienden tal compromiso y no de los audaces aprovechadores de las circunstancias, los cuales no merecen espacio en este texto.

En estos tiempos de amnesia colectiva y del veloz aburguesamiento de los círculos de la cultura,  la brillante enajenación conservadora (y digo brillante por los magnos resultados que logra a su favor) pone muchas veces como sinónimo de quienes escriben sobre su tiempo y su realidad como “resentidos”, “anacrónicos” o “cangrejos que se alejan del progreso” en una pedestre repetición de discursos que han existido siempre ante cualquier tipo de expresión de resistencia; cuando en realidad la resistencia es nada más y nada menos que la consecuencia de un abuso de poder. La resistencia, la crítica, la libertad de expresión, etcétera, deben ser pilares fundamentales en cualquier sociedad que se haga llamar democrática.

Cabe recalcar que no se trata de desprestigiar a quien considera que la tarea del  escritor debe solo responder ante su obra y el proceso de creación de ésta; por el contrario, el respeto y el enorme debate que se forma ante esta dicotomía literaria lo considero enriquecedor.

El compromiso del escritor a su mundo, lejos de calificativos peyorativos con lo que el conservadurismo lo ataca, está hoy más vivo que nunca en un mundo que vive tiempos pre-apocalípticos entre choques de civilizaciones, entre la desmesurada explotación de los recursos naturales, entre los despojos e iniquidades, entre la cínica y pésima distribución de las riquezas, entre el arte alienado y menudo de las galerías. El artista que se vincula con su realidad, el que no calla porque callarse es también hablar desde la complicidad del silencio inauténtico, tendrá que arrojar sus textos a la sociedad, pues cuando sucede esto las letras están trascendiendo en el mundo.

Una de las visiones aristotélicas sobre el hombre declara que éste dispone de una potencia siempre latente que puede dar como resultado un acto, una acción. El libro que se compromete, realizado tras el proceso de creación del autor y eyectado y expuesto al mundo y sus hombres y mujeres, puede verse como una sofisticada herramienta que tiene características para encender el proceso que lleve a esa acción post-potencia de la concepción aristotélica. Al estar expuestos los textos, ya no pertenecen al autor sino al mundo, y su capacidad de sensibilizar y despertar conciencias, de envolver al lector en profundas reflexiones y de darle a conocer diversas percepciones, forma un acto totalmente trascendente que va más allá del simple goce estético. La consecuencia del escritorio llevado a la praxis reivindicará el compromiso.

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