La ciudad levreriana


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¿Cómo es la ciudad de Mario Levrero? ¿Cómo está construida? ¿Cómo son sus habitantes? Las respuestas pueden variar entre un lector y otro, pero siempre nos quedará la sensación de incertidumbre.

La ciudad es narrada por un tipo que se traslada a una nueva casa de atmósfera sombría. El tipo sale a comprar querosene y en su trayecto se monta en un camión de basura que lo conduce a una serie de acontecimientos inesperados. La narración empieza y termina con un viaje que cronológicamente podemos trazar así: del traslado a la nueva casa- de la casa a la ciudad- de la ciudad al tren con destino a Montevideo que suponemos la casa inicial. Hago esta acotación pues el viaje es una de las estructuras clásicas de la literatura y los hay de varios tipos y en diversas épocas. Recordemos el viaje de Odiseo en Homero, que siglos más tarde Cavafis reinterpretará, adaptará e inmortalizará en su ya célebre Ítaca. Viajes de héroes, viajes de anti-héroes como un Leopoldo Bloom, ya no digamos de un Dante conducido por la mano de Virgilio. Conviene aclarar que cada viaje es único y posee su propio proceso en relación a sus personajes y a las intenciones de su autor. El viaje es, pues, la plantilla que sostiene La ciudad (1970), de Mario Levrero.

Su centro es la ciudad a la que el protagonista es encaminado; una ciudad gris o acaso… ¿gris será la percepción con la que este personaje se aproxima a su realidad? En todo caso, tenemos la certeza de un estilo de clara factura kafkiana, donde el suspenso acaba siempre en la nada, este concepto como elemento principal. Como si conducir al lector al vacío fuese uno de los objetivos; conducirlo al vacío o a las ganas de saber más sobre estos personajes o sobre el personaje pero sin “golpes de efecto”, como bien señalara Antonio Muñoz Molina (1999: )

Se nos muestra entonces, además del viaje, lo sombrío, la nada, el vacío, lo incierto como elementos claves; Levrero nos presenta una construcción estructuralmente sencilla, o acaso compleja en cuanto a la relación de sus personajes con los escenarios y la psicología que reflejan. El lector podrá detectar también cierto parentesco con el existencialismo (consciente o inconsciente), cierto roce con Albert Camus. Respecto a las emociones de los personajes, no diría que están ausentes, sino que son manejadas con sutileza, pero destacando escenas dramáticas como el encuentro del tipo con la muchacha de túnica blanca (y consecuencias subsiguientes) que sirven como desencadenantes para el final de la historia.

Es importante señalar que la tradición crítica levreriana lo asocia siempre con Kafka, no en vano Ignacio Echevarría apunta que “más que un modelo, Kafka supuso para Levrero el medio mismo” (2010: ). La intertextualidad estilística, el homage, el ejercicio de estilo adaptado a la particularidad y a la inventiva especulativa o creativa del autor.

No falta quien ha tildado a Levrero como “raro”; calificativo que Rubén Darío creara en 1896 para dirigirse a una serie de autores digamos excepcionales como Rachilde, León Bloy, Lautreamont, Edgar Allan Poe, entre otros. Posteriormente, Angel Rama retoma este calificativo en su antología “Aquí cien años de raros” para referirse a autores de un estilo único: Armonía Somers, Felisberto Hernández, Marosa Di Giorgio, etcétera. Sin embargo, el mismo Levrero en su conocida autoentrevista considera trillado, o mejor dicho, “muy gusto de lector común” y agregaría “amarillista”, que se acerquen a su obra porque la crítica en algún momento lo etiquetara de “raro”.

Me preguntaba pues, ¿cómo es, entonces, la ciudad levreriana? Se describe solitaria, rara, densa en su silencio, con ojos, oídos y bocas en las paredes. Dentro de ese ambiente, el narrador es una veleta que se deja llevar (¿por?), y a quien le seguimos los pasos para luego percatarnos del papel relevante que juegan los espacios narrados, así como sus personajes que son también parte integrante del ambiente onírico.  En esa vaguedad y siguiendo el rastro de Ana, el tipo conocerá a Giménez, quien fungirá como su guía e interlocutor principal. Vemos entonces a nuestro protagonista caminar por la cuerda floja, a punto de romper o no las reglas; cavilando sobre la ciudad, que semeja una pintura gris y misteriosa donde sus habitantes permanecen ocultos pero al acecho, en especial de nuestro protagonista, quien para ellos, es un extranjero.

Levrero le despertará las ansias y las ganas de seguirle la pista a esta historia que apuesta por la austeridad y la aparente simplicidad. Novela que destaca, además, por su limpieza narrativa. Levrero resulta, pues, un maestro del silencio, la ambigüedad y el sueño. Un maestro de lo incierto.

Finalmente, toda novela será (aún sin ella proponérselo), una reflexión en torno a la interrogante: qué es la literatura y/o qué es la novela misma. ¿Sería, en aquel entonces, Kafka la primera respuesta de Levrero? Sí o no, lo cierto es que La ciudad plantea y propone una forma, un ejercicio kafkiano de hacer novela.

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