¿Cómo explicarle la serie de Netflix Rita a una maestra muerta?


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalRita, la dramamedia danesa que podemos ver por Netflix, llega a su episodio final. Luego de cinco temporadas en ocho años, la controvertida maestra de escuela pública se despide con una gran melcocha de historias dispares y dignas de ABC Disney. Diferente a las temporadas anteriores con sus disruptivas imágenes y contenidos sobre lo que significa ser madre, hija, mujer y maestra. Esta despedida nos deja empalagados con conflictos forzados, temas copiados de titulares de periódicos y una historia paralela que merecía su propia película.

Y es una lástima. Crecí viendo las tres mil versiones argentinas y mexicanas de Jacinta Pichimahuida, donde la sexualidad, personalidad y opiniones de la “maestra que no se olvida” se enterraba a mazazos. La virginal Jacinta de largos cabellos vestía trajes que le cubrían el cuello, los brazos y las piernas, y cualquier otro indicio de piel erótica. En el mundo del creador del personaje, Abel Santa Cruz, Jacinta no era una mujer. Ella era moral, principios y tradiciones. La señorita Jacinta era tanta nobleza que olvidaba sus necesidades sexuales para que sus alumnos memorizaran a la perfección ríos, tildes y poesías. Jacinta era una maestra muerta.

Las tres mil versiones del bodrio gringo Dangerous Minds y en gran parte el enlatado catalán Merlí nos presentan maestros un poco más complejos, pero no humanos. En estos abordajes de maestros más sabrosones, los personajes son complejos porque eso permite a los productores meter culebreo largo y cambiar diálogos y tramas a última hora para complacer a los focus groups y los ratings. Son maestros complejos para caerle bien a todos, todo el tiempo.

Desde la primera escena de Rita entendemos que para ella la enseñanza (dentro y fuera del salón de clases) es un performance, pero uno donde ella carece de control y que le provoca inmensos conflictos internos. Es un performance, pero no como los monólogos trillados de Merlí conectando algún filósofo con un tema de actualidad, sino un performance donde Rita crece en su intento de ser todo a la vez: madre, mujer, hija y maestra.

Detrás de cada cosa que Rita dice y hace hay un concepto, un propósito, una energía que ninguno de sus colegas comprende ni comparte y que el público descubre con ella poco a poco. Los 32 episodios de las primeras 4 temporadas nos revelan en mini eclosiones las razones que llevan a Rita a priorizar el espacio de enseñanza y destruir con fuego todo lo demás que la rodea.

En la quinta temporada —hecha para los que no entienden de conflictos internos— la pregunta se hace más explícita y se repite hasta la saciedad: “¿Para qué estoy enseñando?” La respuesta ya la sabíamos y no necesitábamos ocho episodios más para aprender a hacer chicha de papaya. Sin embargo, haber visto a Rita por última vez ponerse su camisa de lumberjack recordando para qué y por qué es maestra fue un gran desvanecedor de ansiedad en estos tiempos de pandemia.

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