Agustín de Iturbide: el primer emperador de la nueva América


Darío Jovel_ Perfil Casi literalEl 15 de septiembre de 1821 se firmó el acta de Independencia de Centroamérica. Fue la fecha de la emancipación de España, pero lo que no suele contarse es que ahí no se formó ningún país. No se habló de las repúblicas que hoy existen (Guatemala, El Salvador, etc.) y ni siquiera la misma Federación Centroamericana nació ahí. Los padres de la patria (al menos una parte de ellos) lo primero que hicieron con ella fue buscarle comprador. Más que un acto de patriotismo, heroísmo o cualquiera de esas palabras (que en este contexto son tan grandilocuentes y vacías) los primeros días de independencia fueron algo más parecido a una reunión del departamento de mercadeo de una empresa, analizando cómo vender el nuevo producto.

¿A quién se la ofrecieron? A la Gran Colombia, nombre que los historiadores usan para referirse a la nación original que surgió de las luchas encabezadas por Simón Bolívar, que abarcaba los territorios de las actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá, pero que en aquel entonces solamente se le decía Colombia. La otra idea fue ofrecérsela a Estados Unidos —y, de hecho, Manuel José Arce lideró una comitiva que tenía ese fin—, pero finalmente fue el Primer Imperio Mexicano el galardonado; y sí, México se independizó siendo un imperio, una monarquía cuyo primer y último emperador fue Agustín de Iturbide.

Este personaje es peculiar porque durante toda su vida luchó a favor de la Corona Española y se enfrentó a los independentistas mexicanos. De hecho, derrotó a la mayoría e incluso mató a algunos cuantos. Pero su sueño mayor era ser nombrado Virrey de la Nueva España, pensó que sus triunfos militares serían suficiente para lograrlo, pero el cargo jamás le fue concedido.

Ante la negativa de sus superiores, y con un deseo indomable de poner una corona sobre su cabeza, tomó a su ejército y se fue a encontrarse con Vicente Guerrero, el ultimó de los idealistas que soñaban con la independencia. Iturbide tenía la fuerza militar para llevar a cabo la toma de la Ciudad de México, pero necesitaba que esto estuviera respaldado por un héroe de la causa independentista; es decir, necesitaba legitimidad luego de haber sido su verdugo durante tantos años. El trato fue sencillo: Iturbide ponía a sus tropas y a cambio el país seguiría siendo una monarquía con él como rey. Todo resultó como lo planeado y Agustín fue convertido en emperador de México.

El proyecto no duró ni dos años, pero por alguna razón jamás se hace mención en actos públicos de que nuestra independencia centroamericana fue subastada, que no sacó del todo a los reyes y que en aquella época y en esta región del mundo quienes auténticamente creían en algo solían ser los primeros en morir. El Primer Imperio Mexicano de Agustín de Iturbide no tuvo tiempo de redactar sus leyes, crear instituciones (muestra de ello es que el registro civil en México y en Centroamérica fue llevado por el clero durante muchos años) y mucho menos crear identidad. Que este periodo sea tan ignorado es una amalgama de ignorancia y vergüenza. Tuvo que pasar más tiempo para que estas tierras conocieran qué es el heroísmo.

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