«La verdadera generosidad hacia el futuro está en darlo todo en el presente»
Albert Camus
Hay una extraña sensación de superioridad moral en quienes nos exponen las injusticias que los autores del mundo contemporáneo dibujaron con lujo de detalle. Estimado lector: este articulo no tiene eso por objetivo. No deseo hacerlo culpable por los 2 millones 800 mil niños y niñas que cada año mueren de hambre y agonizan mientras sus agudas voces se apagan ante la ausencia de pan. No, querido lector, esa no es mi misión.
La cuarentena que se vive en casi todas partes del mundo y la pandemia que la provocó ha eclipsado otros muchos problemas que nuestra amada tierra arrastra desde hace siglos. No debemos buscar la paja en el ojo de nuestros vecinos lejanos porque es muy fácil poner a África como ejemplo. En Guatemala prácticamente uno de cada dos niños del área rural sufre desnutrición. En Nicaragua es el 16% de su población la que tiene carencias alimenticias. Esta otra crisis, que lleva años siendo casi ignorada, se lleva más muertos que la mayoría de las guerras y afecta a más pueblos y personas de lo que estamos dispuestos a aceptar.
Pero la realidad es que hay zonas de Haití, Bolivia, Bangladesh, Turquía y Serbia, entre otros muchos países, dónde un simple plato con arroz es un lujo de ricos (vea cómo le cumplí mi promesa de no mencionar a ningún país africano).
Y repito: no le estoy culpando. Ni siquiera pretendo que se sienta mal o que salga en estos momentos de su casa para repartir manzanas a los niños del mundo, pero hay una serie de realidades que, aun en circunstancias como las actuales, no pueden ser olvidadas ni dejadas de lado. Situaciones que deben afrontar cientos de miles de personas que no pueden expresar su situación, pues la fuerza de su voz ha ido mermando y sus tripas hacen más ruido que sus labios.
Solo deseo que por unos segundos recordemos que, aunque no lo parezca, en esta sociedad tan desigual que hemos construido, con el solo hecho de estar leyendo este articulo —y por ende, tener acceso a internet— ya somos parte de los afortunados, y que los grandes perdedores en la lotería de la vida no solo están en aquellos países tan lejanos de África. No, esos desfavorecidos cuya vida entre el alto medievo y hoy no poseen grandes diferencias, están más hacia nuestro lado, pero hay quienes insisten en hacerlos invisibles.
Para cuando la cuarentena por el COVID-19 acabe y los gobiernos presuman sus cifras en las cumbres globales —porque los muertos en algún punto mutan de tragedias a estadísticas— recordemos a esos 2 millones 800 mil niños que dejaron el mundo por culpa de una enfermedad que tiene cura y se llama comida.
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