Hasta hoy he hablado, en tono vehemente, sobre la irrupción de las masas en el mundo de la cultura y sobre la resonancia que este proceso tiene en el seno de la sociedad al punto de estremecer y hacer vibrar sus cimientos.
Como lo he mencionado anteriormente, la incursión de ese monstruo devorador llamado “masificación”- o en un grado similar “globalización”-, el desarrollo industrial y técnico-científico, la implementación de avanzadas plataformas de comunicación, han sido los principales causantes del deterioro de la civilización y cuyas consecuencias han redundado en la erosión del arte y la cultura; asimismo, en la deformación del lenguaje y, por ende, de la literatura. En otras palabras, en el menoscabo de los valores humanistas.
Como quiera que sea, he llegado a la conclusión, que el mundo en que vivimos revela un cambio profundo, que al parecer no admite alternativa: parece ser inútil “mal calificar” esa transformación, esa encrucijada en la que el espíritu de los hombres se bate desde hace más de dos siglos. El único comportamiento práctico y sensato es aceptar el hecho acaecido y encararlo activamente. De nada vale, a la luz de mi juicio, refugiarse en la nostalgia de mundos pretéritos, la tarea que debemos cumplir solo es posible desarrollarla a partir del presente, con proyecciones hacia el futuro; con respecto a las condiciones culturales de nuestra época, el pasado puede ofrecernos ejemplos y nos proporciona la continuidad de una tradición, pero de ninguna forma puede tratarse de un refugio que nos permita eludir la temporalidad de nuestra realidad actual, por consiguiente, el impacto de la “cultura de masas” se presta para que lo utilicemos como un cauce y vía de expresión ¿refinada y pura? ¿Por qué no? Pero la idea de eliminar tal fenómeno parece, hoy en día, tornarse en una Utopía.
Por supuesto, ni al intelectual ni a nadie se le puede exigir el heroísmo total, una abnegación sin límites; per bien, la alternativa parece ser dura: o bien maneja las circunstancias o estas acabarán por arrollarlo. El interrogante es inevitable: ¿Han acabado las humanidades?, ¿las nuevas circunstancias le han asestado un golpe mortal y estamos contemplando el languidecimiento que lleva a la extinción?
En una sociedad donde tiene cada vez mayor gravitación las creaciones de la ciencia y de la técnica es fundamental la cooperación humanística con el fin de conformar un hombre moralmente capacitado en el empleo de estos instrumentos- al fin y al cabo resultan siendo recursos neutrales que indistintamente pueden utilizarse con buenos y malos propósitos-. La misión de un humanista es valerse de los recursos que tiene a su alcance y utilizarlos en pro de una mejor sociedad, creyendo que el progreso radica en la educación de un pueblo, cimentada en la construcción de un sistema de valores morales y espirituales.
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