Complejo de cenicienta


Javier Payeras_ Perfil Casi literalHace unos años, un escritor —luego de una ponencia que hice acerca de la literatura centroamericana en Copenhague— me dijo: «Qué me alegra saber que ustedes en Guatemala piensan; yo pensé que solo sufrían».

El comentario me irritó pero me hizo sondear al fondo de lo que sus palabras enunciaban. Fuera de la región, nuestros países se ven arropados por un mestizaje caluroso que es celebrado, de cuando en cuando, con revoluciones, tratados internacionales y logros futboleros; razones que hacen de los hispanos esos populares y atractivos héroes de la ficción romántica contemporánea, los bronceados caudillos atrapados en guerras interminables, los gordos dictadores tropicales con gustos sibaritas y guayaberas celestes, las danzarinas mulatas de algún carnaval… Todas esas aceitosas fantasías que pone la cultura de masas en los pálidos ojos de Europa y Norteamérica.

Esta imagen se ha construido a partir de los símbolos que nos representan en los medios internacionales. Nuestros íconos pop han ido calcando esa idea de que somos felices mientras haya rumba, piñas y maracas para celebrar. Esa imagen exótica del latinoamericano enjaulado, como si se tratara de una guacamaya incapaz de aportar algo al mundo que no sea su propio hedonismo y belleza.

Pelear un espacio en la ciencia, el arte o la política dentro de los países tan cartesianos y planificados del primer mundo sigue siendo algo muy arduo para los latinoamericanos. Aunque sobran los ejemplos de intelectuales, médicos, científicos y escritores que han alcanzado cimas muy altas en la cultura global, aún nos empeñamos en cargar con un complejo de cenicienta sobre nuestros hombros.

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