Como capitán casi anónimo y desapercibido de esta nave bautizada bajo el nombre legal de Casi literal Ediciones, y que hasta hace unas semanas contaba con tres años ininterrumpidos de publicaciones por parte de una docena de columnistas centroamericanos, considero justa y necesaria mi intervención para responder a nuestros lectores la razón por la cual últimamente no se habían estado publicado artículos de opinión en esta revista.
Y la razón es tan simple, trivial, descarada y, sobre todo, vergonzosa, que no tengo el valor para expresarla en primera persona: el director y editor, consciente de que su revista cuenta con, por lo menos, 1,500 suscriptores a través de sus diversos medios de alcance, cometió semejante desfachatez de desconectarse del mundo, desapareciendo sin previo aviso y sin dar señales de vida. Qué tal.
Cabe agregar que el editor es la única persona que hasta ahora ha tenido en sus manos, no solo la potestad de autorizar la publicación de cada uno de los artículos que aparecen en Casi literal, sino además la única herramienta informática que hace que esto sea posible; por lo que los autores y colaboradores de esta revista, por mucho que no hayan querido descontinuar su labor, durante todo este tiempo estuvieron con las manos atadas. En otras palabras, el editor se fue de casa y se llevó consigo la única llave maestra, dejando a todo mundo varado en la calle.
Lo que quiero dejar en claro con esto es que el director y editor de esta revista ha sido el único culpable de que en el transcurso de las últimas semanas no se hayan publicado artículos de opinión, y no así sus columnistas y colaboradores. Es por esa misma razón que estoy aquí para mostrar la cara, pidiendo una disculpa pública no solo a cada uno de los lectores que a lo largo de estos tres años han confiado en nuestra capacidad de juicio, sino también al excelente grupo de colaboradores que han permanecido fieles a la visión de este proyecto.
A mi favor quizá pueda decir que…
Viéndolo bien, creo que a mi favor no puedo decir absolutamente nada sin que con ello resulte embarrándola más. Sin embargo, lo único que puedo afirmar es que confío plenamente en lo que proyectos editoriales de divulgación crítica y cultural como Casi literal son capaces de lograr en realidades como la de nuestros países, cuyos sistemas de gobierno, desde su misma naturaleza, apuestan por un método que se vale de la ignorancia colectiva y el oscurantismo cultural como recursos «necesarios» para mantener una supuesta estabilidad preestablecida en cualquier tipo de orden social. Es precisamente por ello que como editor de esta revista me siento honrado de contar con la invaluable colaboración de columnistas como Rubí Véliz Catalán, Fernando Vérkell, Juracán, María Alejandra Guzmán, Carlos González, Diana Vásquez Reyna, Hans Noack, Solange Saballos, Leo De Soulas, Lissete Lanuza Sáenz, Sergio Castañeda, Vivian Mayén, Jimena Minaya, Eynard Menéndez y Corina Rueda Borrero; porque nunca he dudado ni un solo instante del hermoso poder descomunal y endemoniado de la palabra escrita, ni de lo que ellos, cada uno en particular, es capaz de lograr con ese poder: desde un nuevo lector de narrativa, teatro y/o poesía, hasta un nuevo individuo con un sentido más crítico hacia el entorno que lo rodea; algo cuya carencia tanto adolece nuestra realidad centroamericana. A fin de cuentas, esa es nuestra razón de ser. Casi literal jamás desaparecerá mientras sus integrantes confíen plenamente en la trascendencia de la palabra impresa. En esto consiste la base de nuestra fe.
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No quiero dar por terminado este asunto sin hacer una mención especial a la ayuda infinita y desinteresada de Diana Vásquez Reyna. Ella no solo es la columna vertebral de este barco, sino además nuestro puente hacia el mundo. Todo el equipo de Casi literal siempre tendrá algo que agradecerle.
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