La amistad en términos de cine entre Nicaragua y Guatemala data de muchos años. Es un lazo que se ató fraternamente hace 118 años porque fue en 1900 cuando llegó a Managua por primera vez un guatemalteco con un cinematógrafo Lumière como equipaje, muchos planes de hacer negocios con los nicaragüenses y un afán por filmar la geografía del país, su arquitectura y a su gente.
Este era Alfredo Herbruger, especialista de cine —aún no se usaba el término «cineasta» y mucho menos «director» o «realizador»— empresario y fotógrafo. En Managua fue recibido por promotores de espectáculos, periodistas, alcaldes y algunos días después exhibió películas en el teatro Castaño, el edificio El Águila y el Palacio de Gobierno. Filmó una hora de vistas cinematográficas en Rivas, Corinto, León y Managua, que proyectó primero en Nicaragua y que luego llevó a Guatemala y al mundo a través de la distribuidora Pathé.
No muchos años después, Guatemala fue el país de acogida para el primer director nicaragüense de cine, Adán Díaz Fonseca, y su hija, Matilde Díaz —primera cineasta de Nicaragua—, quienes vivían en Managua pero editaban allá las películas que producían desde 1922. Ellos dirigían la Revista Cinematográfica Nicaragüense y en Guatemala revelaban y editaban los filmes. Entre 1922 y 1935 llegaron a filmar veinticinco películas que hoy están catalogadas, pero se estima que filmaron un poco más de sesenta. Y fue también con una película donada por el presidente Jorge Ubico que en 1933 se filmó el famoso cortometraje documental de la inauguración del Parque Darío en Managua.
Son muchas las conexiones que han existido, pero también similitudes. Por ejemplo, fue con la revolución de 1954 (que duró diez años como la nicaragüense) que se fundó el primer instituto de cine en Guatemala (como ocurrió en Nicaragua). El segundo largometraje de ficción de la Nicaragua revolucionaria está basado en una obra del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, El señor presidente (1983), dirigido por el cineasta cubano Manuel Octavio Gómez. Y en los años recientes, es con el Festival Ícaro que Guatemala ha sostenido relaciones estrechas con Nicaragua y con toda Centroamérica.
El cineasta Eduardo Spiegeler era uno de los casos concretos del fruto de esta amistad. Falleció el pasado 16 de mayo por un accidente durante las protestas que se han venido presentando en Nicaragua desde hace un mes y hoy es un personaje conocido por la cultura popular. Vivía en Nicaragua desde hacía algunos años y estaba casado con la cineasta nicaragüense Rossana Baumeister, juntos habían creado una productora audiovisual (Tanakatana Films) e impartía cursos en la escuela de artes audiovisuales de la Cinemateca Nacional. Sus inicios en el cine se remontan a 2001 con el cortometraje Evolución Gupi, codirigido con Rodolfo Espinoza. Spiegeler no solo fue director, sino también guionista, productor, actor, camarógrafo, director de fotografía y editor. Trabajó con el cineasta guatemalteco Julio Hernández en los filmes Gasolina (2008), Hasta el sol tiene manchas (2012) y actuó en el largometraje Polvo (2012). Entre otras obras dedicadas al arte dirigió el documental Algunas dimensiones de Efraín Recinos (2009) y Territorio liberado (2014).
Llegó a Nicaragua en 2007 con la Cooperación Sur-Sur, que en Managua manejaba la productora de cine Luna Films. Una de sus primeras misiones fue ayudar a la cineasta María José Álvarez en la biblioteca del Banco Central de Nicaragua para organizar archivos gráficos —lo que contribuyó en gran manera a la modernización de la biblioteca— y fotografió en alta calidad casi toda la pinacoteca del Banco. Después colaboró en los archivos del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA-UCA) y con la Escuela Superior de Arte Espira (Espora), impartiendo talleres de fotografía y de edición digital de imágenes fijas.
El último proyecto que compartió con María José Álvarez fue la producción de un documental sobre el poeta Carlos Rigby, donde realizó cámara, sonido y edición, y cuya filmación había finalizado justo dos días antes de su muerte. En descripciones de María José, quien lo trató de cerca por muchos años, Eduardo era como un «lobo estepario» porque «viajaba por la vida muy liviano. Fue generoso, buen cocinero, muy humilde, enamorado de Rossana [su esposa] y de Nicaragua, tenía un huerto y varios gatitos».
[Foto de portada: de izquierda a derecha, Rossana Baumeister, María José Álvarez y Eduardo Spiegeler. Archivo de María José Álvarez].
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