Como a todos, la cuarentena me ha servido para notar cosas que de otras formas no habría visto. Conversar con mi ortodoncista es una acción que se ve interrumpida por un traje de astronauta en el cual ya ni el sonido encuentra por donde viajar, así que solo asiento con los ojos a lo que me dice, sin tener la menor idea de qué es.
Veo a la niña y me sonríe gentilmente. Le devuelvo la sonrisa. No hago ningún gesto por acercarme. Ya sé que el distanciamiento es estos tiempos es señal de respeto y consideración. Sin embargo, su cuidadora le llama fuertemente la atención diciéndole no sé qué cosa. Quizá que el virus está en el aire y que viaja en las palabras.
El teletrabajo ya no tiene ni límite ni horario y mi bebé llora cada vez que tomo el teléfono porque a su corta edad ya entiende que mami lo desatiende por atender pendientes que no tienen fin.
La televisión le hace propaganda al miedo y la promesa mesiánica de la vacuna es lo que todos esperan. Los naturópatas siguen diciendo que los virus han existido siempre, que tanta inocuidad solo nos hace más vulnerables y que hay que fortalecer el sistema inmune, pero nadie parece escucharlos. Ellos no generan los millones que paga la publicidad de los medios de comunicación que no informan, sino que publicitan, y nos han inyectado la desconfianza hasta las vísceras porque no hay un mejor método de control, de paralización y, ahora, de distanciamiento.
La excusa de la salud es válida para justificar las miserias que guarda nuestra alma. «Por tu salud, no dejés que esa persona te visite». Nuestra versión más xenófoba, racista y discriminatoria —que nunca había encontrado caldo de cultivo para aflorar— encontró un ideal con la pandemia. Las teorías conspirativas que explican el plan maquiavélico mundial para terminar de adueñarse del mundo no paran, y a veces, lo difícil es no creerles.
Si antes de la cuarentena me hubieran preguntado qué echaría de menos, ni se me habría ocurrido la respuesta que tengo hoy. Es sorprendente ver todo lo que comunican las caras de las personas y no me daba cuenta de cuánto disfrutaba verlas. Extraño ver los rostros, sonreír y que esa sonrisa venga de vuelta.
En el mundo que habitamos hoy es cada vez más difícil conectar con alguien porque hoy todos somos sospechosos y contagiosos, separados por ideas, credos y prejuicios. El primer eslabón que rompía esas distancias y nos acercaba era aquello que se comunica a través de la expresión. Alegría, compasión, ternura, complicidad.
Con la cuarentena aprendí que la magia no solo está en los ojos. Hay que ver lo complicado que es dibujar el rostro sin unos labios que enmarquen lo que el alma siente. Hoy la máscara me observa y quien la lleva no alcanza a darse cuenta de que detrás de la mía hay una sonrisa que espera respuesta. Hoy la máscara nos separa y el único sentimiento que nos deja claro es el miedo.
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¿Quién es Lahura Emilia Vásquez Gaitán?