Aunque no creo aportar algo diferente a lo que tanto se ha dicho ya de la última novela de Mario Vargas Llosa, no puedo pasar de largo sin escribir mis impresiones sobre esta narración basada en un momento histórico de Guatemala desde la óptica de un extranjero. Por cierto, uno de los aspectos que más ha llamado mi atención de la novela Tiempos recios es, precisamente, la manera en que su autor es capaz de reproducir no solo nuestro lenguaje, sino también la manera como percibimos la realidad.
Esto no significa que el relato esté plagado chapinismos. Al contrario, en el narrador prevalece un discurso bastante neutral, pero también se destacan ciertos detalles en los que es posible descubrir la guatemalidad. Claro que esto era de esperarse de un escritor con las calidades de Vargas Llosa, aunque en general también es posible percibir en otros detalles que esta novela también nos presenta a un escritor al que los años le van restando fuerzas y sumando cansancios.
Con todo y eso considero que la novela cumple su función perfectamente: entretiene, despierta el interés, invita a seguir la trama, tiene sus puntos álgidos y tensos seguidos de sus descansos mientras el autor embarca al lector en otra situación. Además presenta situaciones paralelas que, conforme se desarrolla toda la trama, van encajando una con otra. No podría esperarse menos de un autor tan experimentado. Claro que talvez la obra ya no tenga los mismos brillos de mucha de su producción anterior, pero tampoco se queda en un conato, como muchos detractores de Vargas Llosa pretenden pintarlo.
No obstante, quisiera recalcar que los hechos de la novela, en lugar de centrarse en la caída de Jacobo Árbenz —como lo pregonó a gritos toda la publicidad que se desplegó en torno al lanzamiento— parecen darle más relevancia al gobierno contrarrevolucionario y ubica su mayor punto de interés en la figura de Carlos Castillo Armas. Para mí, más que una novela sobre Árbenz es una novela sobre Castillo Armas, porque los hechos y los personajes novelescos, que al final son los mejor delineados en cualquier novela histórica, giran en torno al asesinato de este último. Lo de Árbenz, al final, debe ser explicado para comprender la totalidad del contexto, pero el mayor énfasis definitivamente está puesto en el ascenso, las triquiñuelas y la caída del aprendiz a dictador.
Sin embargo, creo que para la novela era conveniente centrar la atención en la figura de Árbenz, dada la polémica y las pasiones que este personaje desencadena en la memoria colectiva. Lo que no termino de comprender es si esta jugada la hizo Vargas Llosa con alguna intención de la que no habla explícitamente o si, por el contrario, no es más que una mala jugada de su propio inconsciente. Ciertamente parece más clara la intención que tuvo de ganar un caudillo para el neoliberalismo y, en cierto sentido, «rescatar» la figura de Árbenz para el movimiento liberal.
Tampoco se debe pasar por alto que, aunque Árbenz es humanizado en muchas partes de la trama y en otras se idealiza, las pasiones de Castillo Armas son presentadas desde el principio como mezquinas, de modo que su asesinato queda perfectamente justificado y el lector se queda con la sensación en la boca de que obtuvo su merecido.
†