También son un atentado los cuadernos blancos, los amarillos, los azules y los rojos. Ah, los cuadernos rojos son un hiper atentado en manos de escritoras que saben jugarle la vuelta a la semántica y se apropian de los sinsentidos del miedo, la expectativa, la locura, el cinismo y la crueldad más ingenua.
Pocas mujeres he conocido con tal capacidad camaleónica como la guatemalteca Angélica Quiñonez. Desde que coincidimos en las aulas delvallerianas estudiando una licenciatura sin pena ni gloria, esta niña con una sonrisa amplia y un poco nerviosa se me hizo simpática. Se me antojó peculiar verla tan bien sentadita, con su falda floreada que desentonaba con esa mirada demasiado inquietante. Pero ahí estaba ella, frente a su cuaderno abierto, listo para las notas, al lado de un estuche lleno de lapiceros de colores. Ahí estaba ella, atenta para no perderse palabra del catedrático de turno: Ronald Flores y sus análisis de literatura comparada, un oasis para mentes como la nuestra, hundidas en el fango lujurioso de las palabras.
Ahora resulta que esa joven buena para todo —por lo menos para todo lo que me consta que hace— ha superado sus remilgos y se ha decidido a publicar un segundo libro: El atentado del cuaderno negro (Casasola, 2021). Lo celebro. Creo que mucho tardó en hacerlo porque su capacidad retórica, narrativa y poética es mejor que su incapacidad de quedarse quieta y negarse a la aventura de explorar todos los mundos que se le pasen por delante.
Te celebro, Angélica narradora, poeta, ensayista, comunicadora; te celebro eterna nómada inconforme, aguda observadora, incisiva analista y traductora de emociones. Celebro los vacíos, las llenuras, los caminos, las desventuras y los gozos que hilvanan cada grupito de letras que derramaste en esos cuadernos negros, porque se han convertido en brizna fresca y tormentosa que renuevan la cosecha cada vez más gris y anodina de nuestra literatura.
¿Quién soy yo para decirte que se me antoja tierna tu narrativa y transparente tu poética? ¿Por qué atreverme a confesar que me veo trasplantada en esa novia tortuosa que convierte su cena de compromiso en un caos divertido y ridículo? Sí, Mingus también habita en los rincones de mi casa, duerme sobre mi regazo y se come mis libros. Sí, yo también me preocupo mucho por las cortinas que cubren mis ventanas y me protegen del pasado. Efectivamente, he descubierto secretos de familia que me sonrojan y sobre los que he garabateado historias en cuadernos que talvez mis hijos encuentren y disfruten.
No son cuadernos negros porque no soy Angélica, pero son mis cuadernos y es Angélica, la niña sonriente de aguda inteligencia, quien ha vaciado un puñado de luciérnagas en los recovecos de mi cerebro y los ha iluminado para que encuentre ideas, recuerdos y renuncias que quizá vale la pena escribir en más y más cuadernos de otros mil colores.
Te celebro, escritora sensible y valiente. Celebro el atentado que has cometido al permitirnos leer tus cuadernos negros.
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