Hay esfuerzos de 24 quilates llevados a cabo por mujeres de 48 quilates que tienen como resultado proezas de 96 quilates para abordar tragedias de 192 quilates. Tragedias palpitantes como el asesinato, la violación, el abuso de poder, el acoso, la estigmatización y el descrédito al que se enfrentan nueve de cada diez mujeres en Centroamérica.
La violencia por estos rumbos ístmicos es tan orgánica como nuestro patriarcado prostático, protestosterónico, promachístico. Tan natural es, que esa única mujer íntegra —una de cada diez— que no se encuentra fragmentada por el abuso podría demandar a la sociedad por discriminación. «¡Soy la única que no debe luchar por su vida y me siento marginada!», podría alegar.
¿Qué sentirá esa nívea damisela que todos los días, desde que nació, se ha sentido protegida, valorada, empoderada, respaldada, defendida, respetada y dignificada? No puedo ni visualizarlo.
Mi imaginario forzado a mantener una actitud defensiva se niega tan siquiera a deducir lo que esa mujer piensa y opina, ahí solita, en su pedestal de justicia primaveral. Porque al resto de nosotras —a las nueve de los montoncitos de diez en diez en los que nos agruparon las estadísticas— nos toca sobrevivir en una húmeda caverna invernal donde el frío de la descarnada violencia emocional, física, psicológica y económica nos cala hasta los huesos.
Pero nuestra desgracia parece que ya es tan re-desgraciada que, por más que quiera, ya no se puede hacer chiquita. Ya no se puede transparentar a través de sonrisas fingidas y asqueantes placeres mentirosos.
No es que pretendamos que la balanza nos favorezca o que seamos repentinamente teletransportadas a un mágico mundo donde podamos vivir sin miedo y donde la calidez de un verano sin fin nos envuelva, no; pero esos esfuerzos de 24 quilates ya no son tan esporádicos y esas mujeres de 48 quilates nos están enseñando que por lo menos nuestra voz también es audible y que si gritamos juntas a través de páginas impresas, talvez menos misóginos nos mutilen la esperanza.
Eso es El viaje de la mujer fragmentada, una proeza editorial de 96 quilates que sin duda abrirá ojos y despertará conciencias a la realidad de la violencia de género en nuestro paisito, donde existe una ley que supuestamente protege el cuerpo, la mente y la voluntad de nosotras, las sinfalo.
Enorme es Irene Piedrasanta y enorme es Carol Zardetto por este atrevimiento de publicar un libro salvavidas.
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